Iglesia Palabra Pura
  • 23 junio, 2021
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Allá, casi desde el comienzo de los tiempos, en los albores de la humanidad, hombres y mujeres sin distingos de clase, raza o religión, han estado dispuestos a ofrendar sus vidas en defensa de un ideal, de un propósito común, llevando adelante empresas con esfuerzo y voluntad, solo con el anhelo de alcanzar una esperanza, un sueño. La historia abunda en estos personajes, ejemplos luminosos de heroísmo, de bravura y valentía, construidos a base de sacrificios, renuncias, entregas sin medida, rociados con sufrimientos, martirios y sangre. A estos actores de la memoria colectiva los pueblos los han llamado mártires. Y quizás algunos se pregunten, ¿qué es un mártir?

Deslindándonos de toda consideración de lucha de clases, de postulados políticos o consideraciones filosóficas, y centrándonos en el ámbito cristiano, el término «mártir» proviene del latín eclesiástico «testes», tomado del griego «martyros», el cual significa «testigo». Así pues, un mártir es aquel que sigue dando testimonio de su fe en Cristo aun cuando su cuerpo sea torturado y sacrificado hasta la muerte.

El mismo Jesús, siendo ejemplo de ello, nos lo advirtió: Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán (1). Hay páginas de aquella historia que cuando nos centramos en ellas, laceran nuestros sentidos. No son leyendas, ni fábulas, tampoco mitos. Son hechos perfectamente documentables. Así encontramos a Esteban, el primer mártir de la naciente fe. Su muerte fue ocasionada por la fidelidad con la que predicó el Evangelio ante aquellos que habían crucificado al Maestro (2). Pero esto, fue solo el inicio…

Las Actas de los Mártires, los documentos oficiales más antiguos de la Iglesia,han sido referidas por Eusebio de Cesarea. Los mártires recordados allí pertenecen a diferentes categorías: hombres y mujeres; ricos y pobres; ancianos y jóvenes, eclesiásticos y laicos:«…todos ellos fueron insultados, golpeados con bastones de madera, correas de cuero y pesadas cadenas. Colgados con garfios; las mujeres, atadas por un pie ofrecían el más humillante y cruel de los espectáculos» (3). Fue tal el impacto que la persecución ocasionó en la mente de la humanidad, que siglos después, el mismo representante de la iglesia de Roma, Juan Pablo II, acotó: “La Iglesia del primer milenio nació de la sangre de los mártires» (4).

¿Y qué hablar de aquellos que ofrendaron sus vidas en la Inquisición? Historiadores, escritores y cronistas coinciden en que tan aterradora y espantosa persecución, esa que empaña y oscurece la historia de la Iglesia… y de la humanidad, pudo haber surgido en el sur de Francia, norte de Italia, en Alemania o en los llamados Estados Pontificios, donde las mentes más lúgubres, atizadas por las llamas del mismo averno, trataron de acallar las voces de aquellos valientes paladines de la fe. Muchos fueron los ingenios utilizados para la tortura en aquellos aciagos siglos. El solo nombrarlos produce en nuestro ánimo imágenes dantescas y escalofriantes: «el potro, el aplasta cabezas, la doncella de hierro, la cabra, la rueda, la pera, el toro de falaris y la cuna de Judas, entre muchos otros» (5). ¡Una verdadera vergüenza para la cristiandad!

Ahora, lo que resulta increíblemente asombroso y digno de encomio es observar la firmeza con la cual aquellos defensores de la fe en Cristo, cerraron filas para dar testimonio a nosotros, generaciones futuras, de lo que significa el compromiso adquirido como discípulos de Jesús. ¡Pensar en ello nos anima y nos impulsa!, en tiempos en los cuales vemos con profundo dolor y agobiante tristeza como la «tibieza de la iglesia actual» naufraga en los tempestuosos mares de la cultura de este siglo… ¡Es que el paralelo histórico es tan increíblemente parecido a los tiempos que le tocó vivir a la iglesia de Laodicea, que tanta aproximación, no deja de sorprendernos!

Lo más impresionante es que aunque para muchos, aquellos infaustos tiempos ya pasaron, «son…cuestión de historia», la realidad es que aún se persigue, se tortura y se asesina. Los regímenes ideológicos del pasado y presente siglo tiranizan a miles de miles de creyentes en todos los rincones del planeta, acusándolos de «oponerse al bien del pueblo, de subversivos y antipatriotas». Otros, también adormitados en sus conciencias, dan gracias a Dios porque «por estos rincones del orbe «esos horrores de persecución planificada y sistemática no suceden».

Y en cierta forma tienen razón. El acoso, la amenaza, el amedrentamiento y aún el asesinato, toman ahora formas más refinadas, más sutiles, acordes «con estos tiempos» donde la ciencia y la tecnología avasallan, subyugan «engañando, de ser posible, aún hasta a los escogidos» (Mateo 24:24). Pero, ¿y qué de los conflictos socio-políticos en nuestra vecina Venezuela, o acá mismo en Colombia, donde en zonas marginales, fronterizas, de poblaciones olvidadas por el Estado, grupos armados secuestran y asesinan a pastores, líderes evangélicos o simplemente a sencillos creyentes? ¿Y qué de nuestros niños y adolescentes que son adoctrinados con filosofías diabólicas y postulados humanistas contemporáneos? ¿O qué decir del psicoanálisis freudiano que ha tomado nuestros púlpitos por asalto?

La verdad es poco entendible como algunos creyentes contemporáneos son tentados a “esconder su luz” bajo un cajón por temor a la desaprobación de los amigos, compañeros de clases o de trabajo… e inclusive de la misma familia. Miremos nuevamente a los mártires del pasado y del presente, bebamos del cáliz de su ejemplo, de su heroico y  memorable testimonio y reflexionemos: ¿Es nuestro conducir lo suficientemente claro y audible como para despertar aceptación o rechazo por aquellos que viven en desesperanza, en desaliento? ¿Fue acaso en vano el martirio, el tormento, el sacrificio y la muerte de aquellos primeros cristianos o de los que hoy son hostigados y perseguidos? ¿Estaremos preparados para enfrentar una amenaza tan real y servir de ejemplo y modelaje a las generaciones futuras? ¿Nos atreveremos a tomar las colinas de las siete montañas sobre la cual se levanta nuestra sociedad? ¿Idea lejana, irreal, ilusoria? Sea usted amigo lector quien dé las respuestas, quien determine, al examinar su caminar diario, si realmente está comprometido no en un 50%, o en un 70, sino en un 100% con la fe que profesa.

[1]LA SANTA BIBLIA. Versión Reina Valera 1960. Juan 15:20b

[2] Idem.  Hechos 7:54-60

[3] DE CESAREA, Eusebio. Historia Eclesiástica. Editorial Libros Clie. 1988

[4] JUAN PABLO II. Mientras se acerca el Tercer Milenio, 1994

[5] http://www.edadantigua.com/edadmedia/torturas.htm

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