“LA VERDAD ME HIZO LIBRE”
Aunque crecí en un hogar católico en el que cada Domingo mis padres iban a misa conmigo, por supuesto, entré en conflicto, a muy temprana edad, con Dios y lo que veía en casa; puesto que la doble moral con que vivían mis padres era mi mayor espejo. Mi mejor refugio eran los libros. Desafortunadamente no elegí los mejores ejemplares que me ayudaran a crecer con buenas bases.
El alcohol, las drogas y la pornografía, sin darme cuenta, y sin la menor idea de sus repercusiones, ya hacían parte del hogar. De modo que el ejemplo que recibía en casa dista mucho de los sermones que escuchaba en la Iglesia. A esto se sumaba la mala administración del dinero, así que, aunque nunca hubo escasez, tampoco hubo progreso alguno.
Es como si todas las maldiciones juntas hubiesen entrado a la casa para ensañarse con mis hermanos y conmigo. A medida que crecía, me exasperaba ver a mi mamá hacer hasta lo imposible para que mi papá dejara los vicios que lo estaban consumiendo, hasta el punto de ir a esos lugares donde hacen “amarres” y ese tipo “de cosas” (ocultismo) para que él cambiara su vida.
Lo curioso de esto, es que entre más cosas le daba mi mamá, más vicio consumía mi papá. Aunque mi mamá nunca participó de las cosas que hacía mi papá, considero que era cómplice de él, en el sentido de seguir con él con la esperanza de que algún día cambiaría, tal vez por eso nunca se percató de que sus hijos estábamos siendo arrastrados al mismo pozo.
Mi hermano mayor se enlistó en el ejército sólo porque no quería estar más en casa; mi hermana siempre bajo la sombra de mi mamá, pues debido a su condición, jamás pudo tener una vida propia; yo por mi parte empecé a ver pornografía desde los ocho años, y a fumar y beber desde los doce años de edad. Y así transcurrió mi vida, entre los vicios y la desazón de que en algún lugar había algo mejor para mi vida.
Siempre fui, desde pequeño, consciente de que lo que hacía estaba mal, y me pasaba largos ratos frente al espejo denigrándome a mí mismo, porque creía que era la manera correcta de recordarme no sólo las cosas malas, sino también que arriba había un Dios, que, aunque no lo conocía, me observaba constantemente.
La auto-descalificación era parte esencial de mi vida, en cada proceso en el que me involucraba, fuera cual fuera el ámbito, pensaba: “Hay otro mejor que yo para esto”, y mi base en todo lo que empezaba era el temor. Mi predisposición a fallar fue construyendo en mí la seguridad de que finalmente haría estragos en cada área de mi vida. Los libros constituían, entonces, una coraza bajo la cual ocultaba mi inseguridad; sin dejar de persistir en mí la idea de algo mejor que le dé sentido y propósito a la vida.
“El hecho de ocupar un lugar en esta tierra tiene que significar algo”, pensaba en esto constantemente. La falta de respuestas produjo en mí un sentimiento de enojo contra todo y todos, la apatía me hacía las cosas más difíciles para socializar con otros.
Cuando a mis 27 años de edad conocí a mi actual esposa, todo empezó a cambiar. Ella ya era creyente desde los 14 años de edad. Fue ella quien me animó a ir a la iglesia. Un día Domingo de Octubre del año 2012, fuimos a la iglesia, y allí nací de nuevo; me derrumbé porque sentí como si algo que aún no comprendía empezara a llenar, poco a poco, ese vacío que sentí desde mi niñez hasta entonces. El amor de Dios empezó a iluminar cada rincón de mi ser, de tal manera que empecé a comprender que sin Dios soy sólo un armazón sin proezas.
Pero más importante aún, cuando empecé a escuchar los Audios de Iglesia Palabra Pura, fue que entendí que, en Él, Santo Dios, soy imparable. Si bien es cierto aún sigo luchando por aplicar esa verdad, no me detengo a pensar qué hice mal en el pasado, pensamiento que durante mucho tiempo cargué como un lastre, sino cómo corregir lo que hago mal ahora, sabiendo que TODO lo puedo en Cristo que me fortalece.
Recuerdo que el primer cambio que Dios hizo en mi vida fue al siguiente día de haber recibido a Jesús como mi Señor y Salvador, y consistió en cambiar mi vocabulario, porque de repente, ya no salían de mi boca palabras vulgares. Lo recuerdo, y no deja de causarme asombro. Después fui libre del alcohol, el cigarrillo, y por último de mis dos mayores luchas, antes y después de Cristo, el doble ánimo y la pornografía. Ahora, me levanto cada mañana con la firme esperanza de que cada día será mejor que el anterior.
Doy gracias a Dios porque la VERDAD de Su Palabra actuó en mí, a través de mi esposa, quien nunca desistió cuando tuvo razones para hacerlo.
¡Gracias Dios, porque tengo la oportunidad de caminar en la libertad que me proporcionas por causa de Cristo!
Soy Julián Montoya, y la verdad me hizo libre.
gracias por este testimonio ,el amor de DIOS el gran regalo par el hombre , tener una relacion con EL este es antidoto y la solucion a muchos males que aquejan al hombre ,que maravilloso es ver como el proposito de el nacer de nuevo se cumple en nuestras vidas. bendiciones
Muchas gracias por compartir tu testimonio tan impactante y de ejemplo para muchos que con Dios todo se puede y salir adelante ante las adversidades. 🙏🙏🙏