2 TIMOTEO 2:3-4 (NVI)

“Soporta el sufrimiento junto conmigo como un buen soldado de Cristo Jesús.  Ningún soldado se enreda en los asuntos de la vida civil, porque de ser así, no podría agradar al oficial que lo reclutó…”  

Cuando el Apóstol Pablo le escribió a Timoteo, su hijo en la fe, le dijo que se esforzara en la Gracia y que en tiempos difíciles sufriera como un buen “Soldado de Jesucristo”. Como bien sabemos, los soldados deben ser entrenados antes de ir a una guerra y siempre deben seguir las instrucciones de su superior; es gente muy bien entrenada y preparada a conciencia para ser capaces de disparar un arma, lanzar granadas, y afrontar con éxito disciplinas tan fuertes como la escalada, el esquí, el buceo, la orientación, la defensa personal, entre otras.

Su preparación e instrucción no se planifica para batir marcas o superar récords; su entrenamiento está diseñado para que puedan superar las barreras y obstáculos a los que se tengan que enfrentar en las misiones en las que se despliegan por el mundo y, por supuesto, derribar al enemigo. 

Los soldados en sus primeros entrenamientos reciben toda la instrucción teórica, sin embargo, es al aplicar ese conocimiento que se conoce quién es un verdadero buen soldado preparado para la guerra. Nosotros como soldados de Jesucristo, también debemos ser entrenados para salir victoriosos de cualquier circunstancia que se nos presente. Ese entrenamiento no se da con el solo conocimiento, sino con la aplicación de él.

Hay algo que no podemos pasar desapercibido, y es la palabra que le antepone el Apóstol Pablo al referirse al soldado; le antepone el adjetivo “buen”, ya que un batallón puede estar lleno de soldados, pero sólo pocos pueden ser buenos soldados, y sólo son aquellos que han demostrado sus capacidades en el campo de batalla.

Por medio de la siguiente ilustración espero mostrarte cómo el buen soldado se conoce a la hora de saber aplicar el conocimiento:

Un piloto de las Fuerzas Armadas subió a un jet que poseía la más alta y moderna tecnología y armamento. El piloto despegando esta maravilla aeronáutica, dejó atrás la tierra y cuando se encontraba volando a velocidad crucero, escuchó un ruido extraño al cual no lograba identificar a qué se debía. Cuando el piloto se quitó el casco, logró relacionar el ruido como al que hace alguien cuando muerde hule o plástico. Echando un vistazo debajo del panel de instrumentos vio con horror que se trataba de una rata que se las había arreglado para ingresar al jet, y ahora estaba a punto de ocasionar un desastre, ya que estaba mordiendo el cable principal entre los controles y la máquina.

Lo peor de todo es que esta rata estaba fuera del alcance del piloto. En el peor escenario, si esta rata lograba morder el cable completamente, el avión saldría fuera de control e inmediatamente se estrellaría.  

Así que a pesar de los años de entrenamiento era hora de poner en práctica lo aprendido. El piloto se puso su máscara de oxígeno, dio más poder al motor, y rápidamente subió el jet lo más alto que podía. En unos minutos los sonidos de mordiscos pararon. Cuando el piloto aterrizó encontró la rata “Muerta”.

Probablemente el piloto nunca recibió una clase que se llamara: “Qué hacer en caso de que una rata esté mordiendo los cables de control del jet”. Sin embargo, su conocimiento y entrenamiento lo llevó a tomar las decisiones más acertadas. Ahora, este piloto de la Fuerza Armada podía ser catalogado como un buen soldado, ya que pasó del simple conocimiento teórico al conocimiento práctico/aplicado.

Así como el piloto, nosotros no esperamos en nuestra vida encontrarnos con situaciones que pongan en riesgo nuestro caminar de victoria en Cristo, no obstante, el enemigo siempre está dispuesto a poner obstáculos donde menos lo esperemos, y es allí donde nuestro conocimiento de la Palabra, y el entrenamiento en la aplicación de la Palabra determinará si podemos ser catalogados sólo como soldados, o como unos BUENOS soldados de Cristo.