Iglesia Palabra Pura

ROMANOS 12:2 (RVR) “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”

Cuando entregué mi corazón a Cristo, mi vida cambió radicalmente. Comencé a devorar la Palabra, a leerla, estudiarla y meditarla. Pronto noté un choque evidente entre lo que el mundo natural enseña y lo que la Palabra de Dios revela. Por ejemplo, el mundo dice que prosperidad es endeudarse ahora y pagar después. Pero la Palabra dice que el que toma prestado es esclavo del que presta (Proverbios 22:7). ¿Cómo conciliar eso?

Cuando empecé a ver esa contradicción, tuve que tomar una decisión: o seguía el patrón del mundo, que me llevaría a la esclavitud y al desgaste, o decidía vivir por los principios de la Palabra, aunque no estuviera acostumbrado o no me parecieran lógicos. Entendí que el cambio no vendría solo por orar, sino por renovar mi manera de pensar.

El proceso de renovación se convirtió en una práctica diaria. Yo encontraba un versículo y lo meditaba constantemente. Repetía lo que la Palabra decía de mí hasta que mi mente, mi lenguaje y mis decisiones empezaron a alinearse con el pensamiento de Dios.

Viviendo en un país extranjero, sin dominar el idioma, sin grandes recursos, sin contactos, me aferré a lo que sí tenía: la Palabra. Me decía a mí mismo todos los días: “Todo lo que toco prospera. Dios bendice el trabajo de mis manos. Yo soy próspero. Soy hijo de Dios. Dios es mi Padre, y como mi Padre es bueno, quiere lo mejor para mí.

Y esa convicción, basada no en emociones sino en la verdad revelada, empezó a dar fruto. Comencé a ver puertas abiertas, provisión, salud y paz. No porque el mundo cambió, sino porque yo cambié.

Por ejemplo, en lugar de aceptar la enfermedad como parte del ciclo natural del año (invierno, gripe, primavera, alergias), decidí que mi cuerpo tenía que alinearse con mi espíritu. Y mi espíritu está unido a Cristo, quien por Sus llagas me hizo sano (Isaías 53, Mateo 8, 1 Pedro 2). Aprendí que no solo se trata de recibir sanidad, sino de caminar en sanidad.

Cuando el sistema del mundo nos condiciona con miedo, enfermedad y escasez, la única manera de vivir libres es renovando nuestra mente para creer lo que Dios dice, no lo que las circunstancias dictan. La fe no niega la realidad, pero establece una realidad superior: la de Dios y Su Palabra.

Cuando la mente es transformada, caminamos con una seguridad que puede parecer arrogante a los ojos del mundo, pero que es simplemente fe. Pablo dijo:

ROMANOS 15:29 (RVR) “Y sé que cuando vaya a vosotros, llegaré con abundancia de la bendición del evangelio de Cristo

¿Por qué esa certeza? Porque su mente había sido renovada. Sabía quién era, a quién pertenecía y qué llevaba consigo. Esa misma actitud debemos tener cada mañana. Al mirarnos al espejo, debemos declarar: “Hoy me levanto en la plenitud de lo que Dios tiene para mí. Soy sano, soy próspero, todo lo que toco prospera. Mi matrimonio, mis hijos, mi casa están bendecidos. Camino con el respaldo del cielo en la tierra”

Dios no puede darnos lo que Él no tiene. Jeremías 29:11 nos recuerda que Sus pensamientos para nosotros son de paz y no de mal. Si en tu vida hay confusión, destrucción o enfermedad, no provienen de Dios. Su voluntad es buena, agradable y perfecta. Pero para vivirla, necesitamos una mente renovada.

Cuando la mente cambia, cambia la vida. No es solo conocer las Escrituras, sino dejar que ellas transformen nuestro ser. El cambio externo comienza con un cambio interno. Solo entonces veremos la plenitud de Su bendición manifestarse en nuestro día a día.

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