“Cuando usted toma el pan, hace memoria de la más grande expresión del amor de Dios hacia el hombre, manifestado en el cuerpo de Su Hijo Jesús, que llevó el juicio que el hombre merecía, por la caída de Adán. Jesucristo mismo tomó en Su espalda los azotes que desgarraron Su carne y formaron la inmensa herida, para que por Su llaga fuéramos nosotros sanados (1 Pedro 2:24).
Cuando usted toma el vino, recuerda la sangre de Jesucristo que no tenía pecado, pero se hizo pecado en la cruz, para que nosotros hoy podamos ser la justicia de Dios en Cristo —santos y puros delante de Dios—, porque el castigo de nuestra paz, para con Dios, recayó sobre Él (Isaías 53:5).”