1 Tesalonicenses 5:9 (NTV)
“Pues Dios escogió salvarnos por medio de nuestro Señor Jesucristo y no derramar su enojo sobre nosotros”
Todos nacimos con una naturaleza de pecado que heredamos del primer Adán, estábamos muertos en nuestros delitos y pecados (Efesios 2:5). Esta naturaleza de pecado nos tenía en esta tierra pareciendo vivos en el exterior, cuando en realidad estábamos muertos, nuestro verdadero “yo”, es decir, nuestro espíritu, estaba muerto.
Tal vez me dirás: “Pastor, espere, ¿cómo así que muerto, si yo siempre he estado vivo? Para Dios la muerte no es como el ser humano la ve, para Dios la muerte es la separación Eterna de Su vida Zoe, la vida de Dios, ninguno de nosotros alcanzaba la medida para entrar al Reino de Dios y tener una relación con Él.
Era esa separación de nuestros espíritus muertos, lo que nos llevaba a que siempre todo en nuestra vida estuviera dominado por el gobierno de satanás, que sólo produce destrucción, enfermedad, pobreza y muerte. Todo esto fue consecuencia de la desobediencia del primer Adán que permitió que su pecado le diera entrada a la muerte en el mundo (Romanos 5:12).
Fíjate qué dice la Palabra en Efesios 2:1-3 (NTV):
“Antes, ustedes estaban muertos para Dios, pues hacían el mal y vivían en pecado; seguían el mal ejemplo de la gente de este mundo, y obedecían al poderoso espíritu en los aires, que gobierna sobre los malos espíritus y domina a las personas que desobedecen a Dios. Antes nosotros nos comportábamos así, y vivíamos obedeciendo a los malos deseos de nuestro cuerpo y nuestra mente. ¡Con justa razón merecíamos ser castigados por Dios, como todos los demás!”
Muchas personas piensan que no necesitan ser Salvos ni mucho menos un Salvador, ya que ellos no “roban”, no “matan”, no hacen lo que para la sociedad es moralmente incorrecto, pero ¿qué es pecado?
La palabra pecado empezó a ser usada como un término de los arqueros, ya que significa “errar al blanco”. Así que cuando ellos apuntaban a un blanco, no importaba si por unos milímetros o por un kilómetro fallaban al atinarle al blanco, ellos decían: “he pecado”.
La Palabra nos dice que todos estamos destituidos de la Gloria de Dios, es decir, del standard de perfección de Dios, es por eso que la Ley de Moisés fue dada a los Judíos, para mostrarles a ellos, y por consiguiente a nosotros, que ninguno de nosotros puede, por más que apuntemos con nuestras “buenas obras”, atinarle al blanco, es decir, ninguno de nosotros puede alcanzar el standard de perfección de Dios.
No solo pecábamos, sino que cargábamos con una sentencia de muerte. ¡Qué gran problema teníamos! ¿verdad? Es por eso que Cristo siendo Dios, voluntariamente acepta las condiciones del Padre al llevar el pecado de la humanidad sobre él en la condición de hombre y sufrir la condena que merecíamos por nuestros pecados en su cuerpo humano. Jesucristo es el único que “atina correctamente al blanco”, el único perfecto, es más, la Palabra dice: “El Hijo irradia la gloria de Dios y expresa el carácter mismo de Dios…” [Hebreos 1:3 (NTV)].
Ahora todos los que hemos reconocido que somos incapaces de “atinarle al blanco de perfección” por cuanto nuestros pecados nos tienen destituidos de Su Gloria, y creemos en nuestro corazón en Jesucristo y Su obra Redentora, y además confesamos públicamente que Jesús es nuestro Señor y Salvador, recibimos el regalo de Salvación inmerecido, que primero que todo, nos hace nacer nuevo en nuestro espíritu (Juan 3:3), dándonos entrada gratuita y eterna al Trono de la Gracia de Dios, y además, nos quita el rótulo de esclavos del pecado, para ser conocidos ahora como hijos de Dios, herederos de grandes y maravillosas promesas.
Esta Salvación, es una Salvación Eterna, hemos sido rescatados y limpiados de una naturaleza pecaminosa en un reino de tinieblas, y llevados a un Reino de luz con una naturaleza de Justicia (Colosenses 1:13-14/2 Corintios 5:21), pero no de nuestra justicia por nuestras “obras”, sino por la Obra Gloriosa de Jesús. Ahora cuando el Padre nos ve, ya no nos ve muertos, separados de Él, nos ve como los que “atinamos al blanco” en nuestro espíritu nacido de nuevo (perfecto), pero esto es sólo porque nos ve a través de Su Hijo amado, Jesucristo.
Si aún no has recibido a Jesucristo como tu Señor y Salvador, ten en cuenta que tú eres entonces uno de los que sigue sumergido en delitos y pecados y, por lo tanto, necesitas un Salvador para vivir una relación Eterna y correcta con Dios, no trates de “atinarle más al blanco” con tus “buenas obras”, a las que la Palabra de Dios les llama trapos de inmundicia (Isaías 64:6), nunca serás lo suficientemente bueno, necesitas a Jesús, arrepiéntete de tu antigua manera de vivir, alejado de Dios, cree en tu corazón que Jesús es el único camino al Padre, y confiesa que sólo Él es tu Señor y Salvador.
Romanos 10:9-10 (RVR)
“que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación”
Si deseas recibir a Jesucristo como tu Señor y Salvador Ora conmigo con voz audible:
Señor, reconozco que soy un pecador, estoy perdido sin ti, he llevado una vida alejada de ti y necesito tu perdón, necesito que me laves con la Sangre preciosa de Cristo, creo que Jesucristo murió en mi lugar, pagó mi pecado y llevó mi condena, creo que Jesucristo resucitó y hoy me extiende Su Perdón, así que Jesucristo, te reconozco como mi único Señor y Salvador. Recibo el Perdón y el Amor que me da tu Sangre derramada en la cruz. Sé por fe que ahora soy un hijo de Dios, he nacido de nuevo y tengo una relación como hijo, y ahora Señor sé que te puedo llamar mi Padre. Gracias Padre. Amén.
Te felicito, ahora eres parte de la familia de la fe.
AMÉN, AMÉN Y AMÉN 🙌