Iglesia Palabra Pura
  • 29 noviembre, 2024
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FUI SANADA DE ARTRITIS DEGENERATIVA

Jessica Muñoz Castaño es miembro de nuestra Iglesia, y hoy nos comparte su testimonio de Sanidad:

Todo comenzó hace 4 años, cuando tenía 29 años. Una mañana cualquiera me levanté y empecé a sentir que todo mi cuerpo, desde la cabeza hasta los pies, me dolía; me dolían las rodillas, los tobillos, los codos, las muñecas, los hombros, etc. Me asusté mucho porque no entendía qué me estaba sucediendo, por qué tenía esos dolores tan intensos por todo el cuerpo, pues nunca había tenido enfermedades graves u hospitalizaciones.

Mi primer impulso fue llamar a mi madre para contarle lo que me estaba pasando. Ella, también asustada, llamó a una tía que fue enfermera y le contó mis síntomas, quien al verme decidió llevarme al hospital por urgencias.

En el hospital, el médico que me atendió me mandó muchísimos exámenes de sangre, y a la hora de leer los resultados frente a mí, vi que sus ojos se abrieron como haciendo un gesto de gran impresión, por lo que me asusté mucho más al ver su reacción, pues creí que me iba a morir, así que inmediatamente le pregunté: “Doctor, ¿qué pasó? ¿Salieron malos los resultados? ¿Qué tengo?”, y él me dijo: “Jessica, lo siento mucho, tengo para informarle que usted tiene artritis reumatoidea”.  Cuando escuché el diagnóstico que me dio el doctor, la verdad sólo lograba entender la palabra artritis, pero no entendía qué significaba reumatoidea. Entonces le pregunté: “¿Y qué es reumatoidea?”; y él me contestó: “Para que usted entienda, usted tiene artritis degenerativa, y esa enfermedad no tiene cura, usted toda la vida va a tener que lidiar con esa enfermedad. Y esa enfermedad es hereditaria, usted se le heredó a alguien de su familia”. Recuerdo que al escucharlo quedé en shock, no modulaba palabra, no me movía, me costó asimilar lo que me estaba pasando.

Luego regresé a otra cita de control con el médico, para que me revisara de la cabeza a los pies y ver cómo seguía de mis articulaciones, y pudiera darme la receta de medicamentos que debía tomar durante toda mi vida; que terminó siendo 1 pastilla de ácido fólico y 6 pastas Metotrexato al día. Y así empecé a tomar esos medicamentos diariamente para manejar el dolor en mis articulaciones.

A los tres meses tuve que regresar al control, y debido a mi estado, me aumentaron la dosis de medicamentos y de pastillas, con la advertencia de seguir asistiendo a control cada 3 meses para evaluar mi estado y autorizarme más medicamentos. Esa situación me provocó mucha depresión, lloraba constantemente por tener que tomar esa cantidad de pastas.

Sin embargo, todo se puso aún más difícil, porque para ese tiempo, la EPS en la que estaba afiliada cerró y fue todo un caos. Los medicamentos se me acabaron y no pude reclamar más debido a que sólo me atendieron a los 6 o 7 meses después de la cita anterior. Debido a que había estado muchos meses sin medicamentos, me descompensé muy fuerte. Regresaron los fuertes dolores en mis articulaciones, ni siquiera podía mover un dedo de mi mano porque sentía un terrible dolor.

Mi estado era tan lamentable, que ya que me dolían tanto los hombros y las manos al tratar de levantarlas para lavarme el cabello, le pedí a mi madre llevarme a una peluquería para tusarme. Yo le decía a mi madre que prefería tusarme a tener que levantar mis manos para bañarme o peinarme. Pero mi madre se negó a llevarme a la peluquería y no sé cómo hizo, pero me sacó una cita con otro médico al que tuve que presentarle nuevamente mi caso.

Ese nuevo médico revisó mi historial y sin tacto alguno me miró y me dijo: “¿Usted sabe que usted no puede tener hijos?”. Y yo le respondí: “No, a mí nadie me ha dicho nada de eso”, y sin tacto alguno me respondió: “Pues si no sabía, ya lo sabe, usted no puede tener hijos”. Eso me derrumbó más de lo que estaba.

En medio de mi ignorancia de la Palabra, hablé con Dios y le dije que yo quería ser sana, que yo no quería estar más enferma, que no quería tomar más medicamentos, que era muy triste tomar medicamentos solo para no sentir dolor. Y así pasé, con esa enfermedad, por meses y años, con la misma rutina.

En el 2024, un señor llamado William me preguntó que cómo seguía con la artritis, y yo le respondí que tenía los síntomas controlados, pero que estaba muy triste porque no quería estar enferma, incluso le dije: “Es que yo no pedí estar enferma y a mí no me gusta tomar medicina, y eso es muy triste uno tener que depender de unas pastas para no sentir dolor”. Ahí fue cuando él me empezó a hablar de la Iglesia de la que es miembro, de Iglesia Palabra Pura. Era la primera vez que yo que escuchaba que había una Iglesia en Pereira llamada Palabra Pura. Luego me presentó los Audios de los Pastores Rafael y Adriana Lemes y me dijo que allí ellos hablaban de diferentes temas, incluyendo los de Sanidad. Así que le dije: “Ve, probemos a ver qué pasa”. Y él me los mandó y yo los empecé a escuchar desde el 001.

Desde el primer Audio estuve impactada por lo que escuchaba, decía: “Yo no sabía esto, ¿a mí por qué nadie me ha enseñado esto?”. Cada que terminaba un Audio, no quería esperar para escuchar el otro. En un día me escuchaba de 4 o 5 Audios, el tiempo se me iba volando. Allí yo entendí que yo tenía hambre de escuchar la Palabra de Dios.

El señor William luego regresó a mi casa a preguntarme cómo iba con los Audios y qué me habían parecido, y yo le contesté: “Ja, esos Audios son como un tesoro”. Ahí fue cuando él me invitó a la Iglesia y yo acepté su invitación.

Cuando entré a Iglesia Palabra Pura sentí tanta alegría que empecé a llorar de la emoción. Ese día levanté mi mano para recibir a Jesucristo como mi Señor y Salvador. Luego me hice miembro y me di cuenta que iniciaría una Escuela de Sanidad, y me inscribí.

Desde el primer día de la Escuela de Sanidad, para mí fue como una revelación, porque comprendí el significado de la Santa Cena y el gran amor y sacrificio que Jesucristo hizo por mí en la cruz. Allí entendí que Jesucristo había llevado todos mis pecados y todas mis enfermedades en la cruz.

Tenía mucha expectativa de la última clase de la Escuela de Sanidad donde se haría imposición de manos. Sin embargo, el Domingo anterior a la clase, empecé a tener ataques en mi cuerpo; me desperté con sordera, no escuchaba nada. Inmediatamente pensé: “¿Cómo voy a asistir a la última clase de Sanidad sorda? Yo no voy a poder escuchar nada”. Entonces me puse a orar, y al pasar una hora se me destaparon los oídos y pude escuchar bien, por lo que oré: “Gracias, Señor, porque esto es obra tuya”. Pero al otro día tuve otro ataque, me levanté muy indispuesta, con daño de estómago. Así que nuevamente oré reprendiendo lo que me estaba sucediendo.

Para la mañana del Martes, que era la última clase de Sanidad, ya no me dolía el estómago, pero sí continuaba con daño estomacal, yo dije que no iba a permitir perderme la última clase, que como sea iba a ir, así fuera con un pañal, y me empecé a arreglar, totalmente convencida de que nada me impediría asistir. Faltando media hora para salir a la última clase de Sanidad, el daño de estómago paró. En ese momento entendí que todo lo que había estado ocurriendo en mi cuerpo desde el Domingo, había sido un ataque del enemigo, que no quería que yo recibiera la sanidad de la enfermedad que me había hecho sufrir por tantos años.

Recuerdo que desde que empezó la Escuela de Sanidad no paré de llorar. Luego, pasé a la fila de oración, y me recibió Sandra Fajardo, quien me preguntó qué me pasaba y yo le conté que tenía artritis reumatoidea. Ella tomó aceite de la Unción en sus manos y oró por mí, mientras yo lloraba como una niña chiquita.

Cuando Sandra Fajardo terminó de orar por mí, yo me senté en mi puesto y empecé a sentir unas cosas que no había sentido antes; primero unos calambres que subían y bajaban por todo mi cuerpo, luego un intenso calor, luego un frío, y luego me empecé a poner pálida. Don William, el que me compartió de la Iglesia, me vio tan pálida, que me recomendó que fuera al baño, y así lo hice.

En el baño, de la nada, 2 personas más oraron por mí en lenguas mientras yo lloraba porque no entendía qué pasaba en mi cuerpo. Cuando terminaron de orar, yo salí del baño y una servidora de la Iglesia me dijo: “Jessica, el enemigo no se va a quedar con esta, va a tratar de arrebatarle la Bendición que usted ha recibido esta noche, no se la deje robar”. Sus palabras me impactaron, porque era la primera vez que escuchaba al respecto, sin embargo, le agradecí y le dije que iba a estar alerta.

Al otro día, cuando me desperté, sentí mucho dolor, pero con base en Romanos 4:17, Isaías 53:5 y Proverbios 18:21, decidí que declararía lo contrario a lo que sentía. Estaba tan convencida en ese momento que decidí no tomarme más medicina ni hacerme aplicar más inyecciones.

Los dolores aumentaron, pero yo seguí firme en que recibiría la herencia de Sanidad que Jesucristo ganó para mí, declarándome sana por las llagas de Jesucristo. Muchas personas que me rodeaban, estaban un poco preocupadas de que no fuera a terminar en el hospital, pero yo seguí aferrada, con uñas y dientes, declarando la Palabra, recordando los 3 versículos que les indiqué anteriormente, a pesar de lo que sintiera en mi cuerpo, estaba decidida a no tomarme ni un medicamento más. Así estuve por 4 semanas.

El Lunes de la cuarta semana, me desperté sin dolor, así que oré dándole las gracias a Dios, pero continué en expectativa de qué sucedería en todo ese día. Todo ese Lunes estuve sin dolor alguno, al siguiente día continué sin dolor, y así terminé la semana sin dolor alguno. Pasaron dos semanas, tres semanas, un mes, dos meses, y hasta este tiempo, que les comparto mi testimonio, han pasado 5 meses desde que tomé la decisión de no tomar más medicamentos, y no los he necesitado, porque estoy completamente Sana de la artritis reumatoidea.

Quiero contarles que en un control médico, fui a llevar unos resultados de exámenes sin decirle al médico que había dejado los medicamentos, y él al revisar los resultados dijo que no creía lo que leía, porque la artritis reumatoidea es una enfermedad incurable. Yo reprendí lo que él me dijo y le dije que no recibía sus palabras. Él me tomó por loca y me mandó otros exámenes, adicionándome uno de tuberculosis. Yo le pregunté que por qué me mandaba ese examen si yo nunca había tenido eso, y él me dijo que no preguntara, que solo obedeciera, y me abrió la puerta para que saliera del consultorio. Así que, llegué a mi casa y caí de rodillas delante de Dios, pidiéndole que tomara el control de todo esto que me había ocurrido con el médico.

Me tomé los exámenes y cuando fui a llevar los resultados le pedí al Señor que no me tocara con el mismo médico incrédulo, que Él hiciera algo para no repetir consulta con ese doctor. Y así ocurrió. cuando ingresé a consulta, me atendió otra doctora, muy amable. Me dijo que el examen de tuberculosis mostraba que tenía unos pulmones en perfecto estado, pero al revisar los otros exámenes, su cara cambió a una de asombro, por lo que le pregunté qué era lo que veía en los resultados, y ella me dijo que estaba sorprendida porque mis exámenes no mostraban ninguna señal de artritis degenerativa, ella no entendía qué pasaba, y la única forma de creerme que había tenido esa enfermedad, era porque yo cargaba mi historia clínica con las fechas del diagnóstico que tuve por 4 años.

Cuando ella me dijo que mis exámenes mostraban como si nunca hubiera tenido esa enfermedad, yo empecé a llorar, pero de agradecimiento con el Señor, porque entendí que lo que es imposible para los hombres, es posible para Él.

Estoy muy agradecida con la Iglesia Palabra Pura, hoy puedo decir que soy Sana para dar la Gloria a Dios. En estos meses que llevo de estar asistiendo a la Iglesia, he conseguido muy buenos amigos que me han ayudado a permanecer firme en la fe. Llevo cinco meses sin tomar nada de pastas, sin hacerme inyectar nada de nada. No me duele nada, no me duele ni un pelo, por describirlo de alguna forma.

Soy sana de la artritis degenerativa de la que se me había advertido que un día podía dejarme con todos los dedos de mis manos y pies deformes. Soy Sana en el nombre de Jesús.

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