Iglesia Palabra Pura
  • 5 septiembre, 2025
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Del vacío del ateísmo a la plenitud de Dios

Mi nombre es Daniel Ospina, miembro y servidor de Iglesia Palabra Pura, y quiero contarles mi historia, una historia que pasó de la duda, la ideología y la oscuridad, a la verdad, la fe y la vida en Jesucristo.

Desde niño crecí en un hogar católico. Mis padres me enseñaron a ir a la iglesia, estudié en un colegio donde constantemente estaba rodeado de símbolos religiosos y celebraciones. Sin embargo, aunque externamente estaba expuesto a todo esto, dentro de mí no veía reflejado a Dios en la vida de quienes me rodeaban. El testimonio de personas que se decían creyentes, pero que actuaban de manera contraria a lo que predicaban, sembró en mí una gran duda. Alrededor de los 15 o 16 años llegué a la conclusión de que Dios no existía. Si esas personas que lo representaban no mostraban bondad ni amor, ¿cómo creer que había un Dios real detrás de todo? Fue así como empecé a declararme ateo.

Al llegar a la universidad, ese pensamiento se profundizó. Estudié ingeniería ambiental, pero en lugar de enfocarme en la carrera, me dediqué a leer filosofía. Uno de los primeros libros que me marcó fue “Así habló Zaratustra” de Nietzsche, con su famosa frase “Dios ha muerto”. Eso me atrapó. Empecé a leer más y más filosofía, y cada página reforzaba mi decisión: Dios no existía. De ahí en adelante, cerré mi corazón a toda enseñanza de fe.

Tiempo después me trasladé a Pereira y decidí estudiar ingeniería física. Era lo que realmente me apasionaba. Allí, en medio del ambiente universitario, me encontré con corrientes comunistas, materialistas y ateas que encajaban perfectamente con lo que ya pensaba. Me relacioné con personas del partido comunista, asistí a reuniones, leía y escuchaba charlas, y terminé enseñando a otros sobre esas ideologías. Aunque nunca milité formalmente, estaba completamente inmerso en esas ideas. Llegué al punto de afirmar con total seguridad que no existía ninguna deidad, que todo lo espiritual eran simples mitos, incluyendo a Jesús.

Pero aunque externamente parecía seguro de lo que defendía, dentro de mí había un vacío. Los pensamientos de depresión y ansiedad se hicieron frecuentes, incluso pensamientos de quitarme la vida. Nunca lo intenté, pero eran constantes. Yo buscaba algo que me ayudara a salir de ese hueco, aunque no sabía qué.

En medio de esa búsqueda apareció una persona especial. Era una amiga con la que había tenido una historia larga de intentos de relación. Cuando le propuse nuevamente ser novios, ella me dijo algo que cambió mi vida: “Yo no voy a estar con un hombre que no esté con Dios. Y yo sé que tú no estás con Dios. Quiero presentarte a mi Dios”. Esa respuesta me confrontó. Ella asistía a Iglesia Palabra Pura. Al principio, en el tiempo de la plandemia, acepté conectarme a los Servicios online de la Iglesia solo para darle gusto. No estaba convencido, no buscaba a Dios, simplemente quería quedar bien. Pero poco a poco, algo empezó a suceder.

Los mensajes del Pastor Rafael Lemes me llamaban la atención, no porque inmediatamente creyera en Dios, sino porque veía en ellos Principios que tenían sentido. Cuando la Iglesia abrió nuevamente sus puertas, empecé a asistir de manera presencial. Al inicio lo hacía por mi amiga, pero pronto descubrí que me sentía bien en ese lugar. Algo me retenía y me atraía. Fue entonces cuando, por primera vez en muchos años, abrí una Biblia no para criticarla ni analizarla desde la filosofía, sino para escuchar lo que Dios quería decirme. Y esa palabra empezó a hablarme.

Versículos que leía al azar me confrontaban con mi realidad, me mostraban mis errores y la necesidad de un cambio. Durante meses leí la Biblia constantemente, hasta que llegó el día en que entendí que el cambio que buscaba no estaba en ninguna ideología, ni en ningún libro de filosofía, sino en Jesucristo. Fue la Palabra de Dios la que me llevó a rendirme y reconocer a Jesús como el Señor y Salvador de mi vida.

A partir de ahí todo empezó a transformarse. Uno de los primeros cambios visibles fue mi manera de hablar. Yo era vulgar y grosero, usaba malas palabras todo el tiempo. Pero de un momento a otro, eso desapareció. Mi forma de hablar cambió, y con ella, mi forma de pensar y de actuar. Entendí que en Cristo somos una nueva criatura, y que su Palabra realmente transforma.

Al inicio llegué a la Iglesia por una relación, pero me quedé porque encontré la verdad. Con el tiempo esa relación se consolidó de la manera correcta, conforme a Dios, y hoy esa mujer es mi esposa. Decidimos juntos servir en la Iglesia y formar un hogar bajo los principios del Señor. Hoy puedo decir con certeza que fue Dios quien obró, porque yo jamás lo habría buscado por mí mismo.

Actualmente soy docente universitario. Curiosamente, me muevo en el mismo ambiente académico donde antes me llené de ideologías contrarias a Dios. Pero ahora enfrento ese entorno con otra visión. Ya no soy influenciado por doctrinas humanas, sino que vivo como hijo de Dios, con la certeza de que es Su Palabra la que me sostiene y me da identidad. Incluso en medio de ideologías que niegan a Dios, me mantengo firme en la verdad de Cristo.

Mi vida es testimonio de que ninguna filosofía, ideología o sistema humano puede llenar el vacío del corazón. Solo Jesucristo puede transformar verdaderamente al ser humano. Yo, que un día llegué a decir con seguridad que Dios no existía, hoy proclamo con certeza que Jesús vive, que es mi Salvador, y que Él me dio una nueva vida.

A quien lea estas líneas, quiero decirle: no importa qué tan lejos creas estar, no importa si en tu mente Dios parece una mentira o un mito, porque yo estuve ahí. Pero cuando te atreves a abrir tu corazón y dejar que su Palabra hable, descubrirás la verdad que cambia para siempre. Y esa verdad es Jesucristo.

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