
LINA RECHAZÓ EL DIAGNÓSTICO DE DIABETES
Soy Lina Herrera, miembro de mi lugar favorito, como llamo a mi Iglesia Palabra Pura.
Realmente aprecio junto a mi familia nuestra Iglesia, hemos aprendido muchísimo de todas las enseñanzas que nos han dado, por eso, hoy quiero compartirles mi testimonio de sanidad:
Hace unos años, un 05 de Febrero (lo recuerdo muy bien), asistí a una cita de control con el médico general para un chequeo general de mi cuerpo y la lectura de unos exámenes que me habían ordenado y realizado.
El médico que me atendió miró los exámenes y me empezó a hacer muchas preguntas, como: “¿Sientes esto, o esto…?”, a lo que yo respondía que no, que no tenía o sentía ninguno de los síntomas que él me describía. Por lo que luego me dijo: “Mira, te tengo que decir algo preocupante, tienes una diabetes, que está a punto de darte un coma, entonces, mañana debes ir a hacerte estos exámenes para saber que medicamento te vamos a enviar, o si en efecto nos toca mandarte insulina”.
Desde el instante en que el doctor me dio ese mal diagnóstico, se me vino a la mente todo lo aprendido en Iglesia Palabra Pura, las palabras que tengo grabadas en mi mente de los pastores, sobre cómo ellos nos enseñan que no debemos ser sólo oidores, sino oidores y hacedores de la Palabra, por lo que me determiné a ser ambas, oidora y hacedora de la Palabra, pese a lo que escuché decir al doctor.
Así que parada firme sobre la verdad que nos dice Isaías 53:5, que “…. por su llaga fuimos nosotros curados”; no que seremos, sino fuimos, estaba convencida de que la sanidad me pertenece, y aunque no le dije nada al doctor, dentro de mí dije: “¿Ah, sí? Pero para mí no es, yo no la acepto (la enfermedad), yo no la recibo, yo ya soy sana por las llagas de Jesucristo”. Lo pensé, y luego salí con la orden de los exámenes solicitados haciendo la misma declaración de sanidad sobre mi cuerpo.
El médico se notaba muy alertado por mi estado, porque según él estaba a punto de darme un coma, pero yo estaba realmente tranquila, pues ya sabía que la sanidad me pertenece por la obra de nuestro Señor Jesucristo.
Cuando salí de la cita, me encontré con una sobrina que asiste a otra Iglesia, y me preguntó cómo me había ido. Yo le conté y ella inmediatamente se alertó indicando que mis hijos debían saber lo que estaba pasando, pero yo estaba convencida de que no era necesario, porque estaba sana. Así que le dije a mi sobrina: “No, a nadie le vamos a decir nada… Sólo te lo dije a ti, para testimonio, pero en el momento a nadie le vamos a decir nada”. Ella insistió en porqué no, y yo le respondí: “ Porque yo no tengo nada, yo fui sana por las llagas de Jesucristo… Yo les voy a decir después del martes que vuelva del médico, que les voy a dar, pero el testimonio. No les voy a decir, ay, estoy enferma, tengo diabetes. No, yo voy a hablar el martes cuando tenga las pruebas de que yo no tengo nada, porque nada tengo”.
Mi sobrina respetó mi decisión y yo salí para una invitación de almuerzo que tenía con mis hermanas, y en todo el trayecto del viaje declaré mi sanidad dando gracias a Dios, dándole gracias porque daría testimonio de sanidad.
En el almuerzo, una de mis hermanas me preguntó cómo me había ido en el control, y yo respondí inmediatamente: “Excelente… ahí me mandó (el doctor) unos exámenes, mañana madrugo a hacérmelos, pero muy bien, muy bien”. Luego, coloqué la bolsita que cargaba con las órdenes encima del comedor y seguí compartiendo con mis hermanas.
La invitación a almorzar por la que estaba reunida con mis hermanas era para celebrar el cumpleaños de una de ellas, y precisamente en esa bolsa, que puse encima del comedor con las órdenes, también había guardado una tarjeta de felicitación de cumpleaños para mi hermana la cumpleañera. Así que procedí a sacarla, pero al hacerlo, los exámenes quedaron expuestos, y otra hermana que ha presentado distintas complicaciones médicas, por lo que conoce un poco de medicamentos y exámenes, los tomó y empezó a leerlos, y al sorprenderse de lo que allí decía, me dijo: “¿A usted qué le pasa que está tan tranquila? ¿Está loca o qué pasa con usted?… Vea, estos exámenes se los mandan a uno cuando ya confirman que uno es diabético, para mandarle cierto medicamento, ¿y usted cómo está tan tranquila?…”.
Yo miré a mi hermana y le respondí: “Ah, sí, el médico me mando esos exámenes, yo me los voy a hacer mañana”, y ella seguía insistiendo en mi tranquilidad, en que debía hacérmelos urgentemente, y en que cambiara mi actitud por una de angustia, pero yo seguía tranquila, meditando y declarando que estaba sana.
La celebración de cumpleaños de mi hermana fue un miércoles, pasó jueves, viernes, sábado, pasó el domingo (de ir a la Iglesia), pasó el lunes y llegó el martes de reclamar los exámenes e ir al control médico. Todo el tiempo que había pasado, yo había estado meditando y declarando mi sanidad, aferrada a la Palabra, a lo que Escrito está, sin angustiarme. Recibí esos exámenes sin entender lo que allí decía, sólo dando gracias a Dios por mi sanidad.
Cuando llegó mi turno con el médico, él tomó los exámenes, me miró, volvió a mirar los exámenes, se paró de su silla, volvió a mirarme con cara de asombro, pero no se atrevió a decirme nada del porqué me miraba así, sólo me dijo: “Espérame un momentico aquí, voy a algo y ya regreso”. Cuando le vi la mirada al doctor y cómo salió de su consultorio, sólo me llené de palabras de agradecimiento a Dios por Su respuesta.
El médico regresó, pero esta vez acompañado al parecer de una doctora de más alto rango, y el doctor empezó a mostrarle su computador y mis exámenes, y ellos empezaron a argumentar entre ellos. Yo sólo escuchaba que la doctora decía: “Si fuese mi paciente, yo no le receto nada, porque los exámenes muestran que la señora no tiene nada. Pero como es tu paciente, yo respeto lo que vayas a hacer, pero ten mucho cuidado”. Ellos siguieron argumentando entre ellos, yo sólo seguía dándole las gracias a Dios por mi sanidad.
La doctora salió del consultorio, pero luego regresó, y le dijo al doctor: “Bueno, haga algo. Llame al laboratorio donde le hicieron los exámenes a la señora y pregunte cuántas personas se hicieron ese examen ese día, el género y las edades. Si se hicieron ese examen varias personas de la edad de ella, entonces, mándele a repetir el examen porque puede que se hayan confundido”. Así que el doctor me dijo que debía esperar porque algo no le cuadraba.
El doctor llamó al laboratorio y se fue por la doctora, y le dijo: “Mira que se lo hizo un niño de cinco años, ella y un señor de ochenta y pico”. Entonces, la doctora dijo: “Listo, entonces, no hay confusión, el examen no fue confundido. Ya usted tiene la última palabra”. Y se fue.
El doctor miró el computador, se mandó la mano a la cabeza, y me dijo: “Es que mujer, tengo una noticia que darle”. En ese momento yo me incliné de la silla y le dije: “Espéreme, espéreme, espéreme, por favor. Primero, yo tengo algo que decirle”. Entonces él me hizo una mirada cómo de “¿esta qué va a decir?”, y yo lo miré y le dije: “Yo estoy totalmente sana. Eso tengo para decirle”.
Cuando le dije que estaba sana al doctor, él se paró de su silla y me dijo: “¿Cómo así? ¿Usted a dónde llevó los exámenes? ¿Quién se los vio? ¿Quién se los leyó?”, y yo le respondí: “No, absolutamente nadie, si yo a las 7:00 a.m. fui por los exámenes y a las 9:00 a.m. tenía la cita, fue el tiempo suficiente para venir, a nadie se los llevé”, pero cuando dije eso, caí en cuenta y dije: “Perdón, perdón, sí se los llevé”, ahí mismo el médico me preguntó: “¿A quién?”, y yo le respondí: “A mi médico Divino”, por lo que él me pidió que le explicara de qué hablaba, y yo empecé a hablarle de Jesucristo y que Él había pagado por mis enfermedades, y que por las llagas de Él yo era completamente sana. Luego le conté cómo medité en la obra de Jesucristo y confesé mi sanidad, no recibiendo la enfermedad.
El médico escuchó mi testimonio y por qué sabía que lo que él tenía para decirme es que estaba sana, y luego me dijo: “Pues mujer, no tenemos nada que hacer, no le debo mandar ni siquiera una pastilla de nada, porque al no tener nada, nada puedo mandarle. Váyase para su casa tranquila”. Mientras seguía sobándose la cabeza, me dijo: “Yo quiero como tener esa fe, esa certeza, esa seguridad con la que usted actúa”. Y yo inmediatamente le respondí: “Ah, entonces no hay ningún problema. Yo puedo compartir a Jesucristo con usted. Él a usted lo ama, lo mismo que Él pagó por mí, lo pagó por usted”. Y seguí compartiendo con el médico el mensaje de Salvación.
Salí del consultorio feliz por mi sanidad y por la oportunidad de testificarle al médico, y a través de mi testimonio compartirle las Buenas Nuevas de Jesucristo.
Ahora, estaba emocionada de poder compartir ese testimonio con toda mi familia. A la primera que le conté sobre la confirmación de sanidad fue a mi sobrina, la que desde el día del diagnóstico malo le pedí guardar reserva, y luego continué con mis hijos y esposo, poniéndolos al tanto de lo que antes no les había dicho, pero con la felicidad de que estaba confirmada mi sanidad completa.
Pronto, les compartiré otro maravilloso testimonio.