Iglesia Palabra Pura

HEBREOS 3:13 (RVR) “antes exhortaos los unos a los otros cada día… para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado”

Esa palabra —exhortar— suena fuerte, pero en realidad es un acto de amor: es animar, corregir con ternura, fortalecer al cansado, levantar al caído, recordarnos mutuamente que no estamos solos. Ese es uno de los grandes motivos por los que debemos congregarnos como Iglesia del Señor.

El corazón no se endurece de golpe. Es un proceso. Cada vez que ignoramos lo que Dios está haciendo, cada vez que nos cerramos a Su voz, cada vez que dejamos que las voces externas pesen más que Su Palabra, el corazón se vuelve un poco más frío. Por eso necesitamos rodearnos de creyentes. Porque la exhortación mutua —diaria, viva, sincera— mantiene el corazón blando y la fe despierta.

Algunas personas piensan: “Si viera un milagro, entonces sí creería”. Pero la Biblia nos muestra algo muy diferente. Faraón vio señales impresionantes en Egipto y aun así endureció su corazón:

ÉXODO 7:23 (RVR) “Y Faraón se volvió y fue a su casa, y no dio atención tampoco a esto”

Él decidió no poner su corazón. Y eso nos revela algo muy profundo: el enfoque del corazón no depende de lo que vemos, sino de lo que elegimos considerar.

Podemos estar en la Iglesia, ver la mano de Dios, y aun así estar desconectados si nuestro corazón está en otro lado, en nuestras quejas, en el problema, en el dolor, en lo urgente, en lo externo.

Jesús multiplicó los panes dos veces delante de los discípulos. Lo vieron. Lo repartieron. Comieron. Y aún así, en el siguiente momento de dificultad, se preocuparon por no tener pan.

Marcos 8 nos muestra la escena. Jesús les dice:

“¿Aún no comprendéis ni entendéis? ¿Aún tenéis endurecido vuestro corazón?” (Marcos 8:17).

Y antes, en Marcos 6:52, ya había una advertencia:

“Porque aún no habían entendido lo de los panes, por cuanto estaban endurecidos de corazón.”

¿Sabes qué significa “entender” aquí? Considerar. Meditar. Conectar lo que vivieron con lo que Dios estaba revelando. El milagro no se trata solo de lo que pasó, sino de lo que Dios quiere mostrarte de Él.

La renovación de la mente no es un evento. Es un estilo de vida. Es cuando, en vez de dejarte llevar por lo que ves o sientes, decides volver al diseño de Dios en tu espíritu. Porque cuando mi mente ha sido renovada, ya no busco una solución solo afuera. Aprendo a mirar hacia adentro, donde Dios ya depositó Su vida. Cuando dejo que la Palabra transforme mi manera de pensar, no solo sabré qué hacer: me convertiré en una expresión visible de lo que Dios es.

Jesús advirtió a sus discípulos: “Guardaos de la levadura de los fariseos y de Herodes” (Marcos 8:15). Pero ellos pensaban que hablaba del pan. Eso es lo que pasa cuando el corazón está endurecido: lo espiritual se vuelve confuso, porque el enfoque está en lo terrenal. Se pierde la capacidad de discernir lo que Dios está diciendo.

Por eso necesitamos aprender a considerar lo que Dios ha hecho, a meditar en Su obra, a compartirla con otros, a dejar que eso forme parte de nuestra conversación diaria. Porque cuando el corazón está lleno de lo que Él ha hecho, se vuelve suave, agradecido, sensible y obediente.

No necesitamos más emociones, ni más información. Necesitamos una mente renovada y un corazón sensible. Y para eso, Dios nos ha dado Su Palabra, Su Espíritu, y a otros creyentes con quienes exhortarnos cada día.

No lo hagas solo. No luches solo. No te enfríes sin que nadie se dé cuenta. Pon tu corazón en lo que Dios está haciendo, y deja que lo eterno transforme lo cotidiano.

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