Iglesia Palabra Pura
  • 27 junio, 2025
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Dios me despertó para que orara por mi hijo

Mi nombre es Yorladis Díaz. Junto a mi esposo y mi hijo llevamos más de siete años congregándonos en Iglesia Palabra Pura, desde mayo de 2017. Este testimonio es una muestra viva del cuidado sobrenatural de Dios, quien protegió la vida de mi hijo Johan de manera milagrosa.

Todo comenzó una madrugada cuando me despertó un ruido. No era un ruido inquietante, sino algo distinto, algo que reconocí en mi espíritu: era el Señor llamándome. Aunque oré desde la cama, no me levanté. Al día siguiente, exactamente a la misma hora, volvió a suceder. Esta vez el ruido fue más fuerte, y entonces me senté en la cama a orar, reconociendo que algo estaba ocurriendo. Recordé que muchos años atrás, Dios me había despertado de una manera similar. Supe que era Él, aunque no entendía aún por qué.

Al compartirlo con mi esposo, él me preguntó si ya le había preguntado al Señor qué quería decirme. Me animó a que, si esa noche volvía a suceder, hiciera como el joven Samuel y preguntara: “Habla, Señor, que tu sierva escucha”.

Esa tercera noche, el ruido fue aún más fuerte. Miré el reloj y, una vez más, era la misma hora. Me senté a orar, aunque olvidé preguntarle al Espíritu Santo cuál era la razón específica de esa oración.

A la noche siguiente, Johan salió de la universidad con un compañero para ver un partido. Yo estaba en la sala cuando, de repente, sentí una angustia profunda, una preocupación inexplicable. No escuché un ruido esta vez, pero el peso en mi corazón fue muy fuerte. En ese momento recordé una enseñanza del Pastor Rafael que se llama “¿Qué voz escuchas?”, y me levanté. Me fui a extender ropa y, mientras lo hacía, comencé a orar con intensidad. Declaré con fuerza:

Johan está cubierto con la Sangre de Cristo. Satanás no puede tocarlo. Es hijo de Dios. Nada prevalecerá contra él. ¡Se lo prohíbo en el nombre del Señor Jesucristo!

Repetí estas palabras con autoridad. Al terminar la oración —“En el nombre de Jesús, amén”— sentí una paz profunda. En ese instante, escuché una voz audible que me dijo:

Para eso te estaba despertando. Por eso es que tenías que orar.

Le di gracias al Señor y me senté.

Aproximadamente veinte minutos después, Johan llegó a casa. Estaba molesto y entró directo al baño. Inmediatamente voltee a “escanearlo” (revisarlo de arriba a abajo con la mirada). Vi que su camiseta tenía polvo y le pregunté qué le había pasado. Me dijo enojado: “Me caí”. Estaba golpeado. Más tarde, me contó que la moto se resbaló al pasar por una cebra, justo llegando a casa. Fue entonces cuando supe: el enemigo quería hacerle daño, pero Dios intervino antes.

Esa noche, mi esposo y yo, no le dijimos nada. Esperamos al día siguiente y, en el almuerzo, le conté todo. Le dije:

Johan, Dios guardó tu vida. Esto fue más que una caída: fue el resultado de una intervención divina. Él te protegió de algo mucho peor. El enemigo no pudo cumplir su plan porque Dios me despertó antes, me hizo orar, y tú fuiste librado.

Aunque Johan aún estaba frustrado por lo que había pasado, poco a poco reconoció que pudo haber sido mucho más grave.

Gracias a las enseñanzas que recibimos en la iglesia, entendimos que era el Espíritu Santo hablando. Comprendí que, cuando es Dios quien habla, debemos responder con prontitud.

Hoy puedo decir con gratitud: Dios nos guarda, nos habla, y nos protege aún antes de que veamos el peligro. Y por eso, le damos toda la gloria.

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