Iglesia Palabra Pura
  • 1 agosto, 2025
  • Iglesia Palabra Pura
  • 1

Lo que el mundo ató por años, Cristo lo liberó en un instante

Soy Santiago Puerta. Junto a mi esposa Kelly Garcés y nuestra hija Renata, somos miembros de Iglesia Palabra Pura.

Nuestra historia comenzó cuando teníamos apenas 15 y 14 años. Empezamos un noviazgo sin dirección espiritual, lejos de Dios, y en esa ignorancia tomamos decisiones que nos hundieron en oscuridad.

Durante años fuimos esclavos del mundo: drogas, malas amistades y una búsqueda constante de placer momentáneo. A los 20 años nos fuimos a vivir juntos, pero yo, Santiago, estaba atrapado en una adicción a la marihuana que duró más de una década. Vivía con ira, agresividad e inestabilidad emocional, lo que deterioró nuestra relación.

Mi cuerpo también comenzó a pagar las consecuencias. Sufría fuertes dolores gástricos y empecé a somatizar el daño: perdí peso y el cabello se me caía en mechones. Busqué ayuda profesional con psicólogos y psiquiatras, pero no logré liberarme por mis propias fuerzas.

Llegué a un punto de quiebre. Nuestra relación estaba rota, y terminé durmiendo en un carro, frente a una portería. Desde esa desesperación, clamé a Dios. Le pedí una oportunidad para restaurar mi vida y mi relación con Kelly.

Dios me mostró Su respuesta al conectarme con Juan Diego, un relojero honesto, miembro de Iglesia Palabra Pura. Fui a su local buscando unos aretes de oro para Kelly, y ese regalo se convirtió en una puerta hacia mi libertad.

Juan Diego me preguntó: “¿Usted cree en Dios?” Le dije que sí. Luego me preguntó: “¿Y usted le cree a Dios?”. Esa pregunta me desconcertó. Le respondí: “¿Y eso no es lo mismo?”. Él me explicó que no lo era… y ese fue el inicio de una conversación que cambió mi vida.

Ese día mi computador estaba en reparación, así que tenía tiempo para escucharlo. Dios lo usó. Me habló con sabiduría y amor. Me invitó a su Iglesia, Palabra Pura, y cuando fui, todos mis prejuicios sobre las Iglesias se derrumbaron. La presencia de Dios fue real. Me estremecí desde los pies hasta la cabeza. Supe que ahí comenzaba algo nuevo.

Kelly también aceptó ir. Ambos queríamos un cambio y sabíamos que solo Dios podía dárnoslo.

Aunque seguía consumiendo marihuana, Dios no me soltó. Me daba vergüenza confesarle a Juan Diego que era adicto; él me veía como un profesional, un ingeniero. Solo le decía que tenía “ataduras del mundo”.

Un día, en la Iglesia, vi a un hombre que sostenía la chaqueta del pastor. Cuando vi su rostro, lo reconocí. Era Anderson Restrepo, el “Zarco” (así lo conocía), un hombre que conocía en mi pasado con las motos, piques ilegales y oscuridad. Verlo ahí, libre y sirviendo, me impactó tanto que pensé que tenía un hermano gemelo. Pero era él. Declaré: “Yo quiero lo que él tiene”.

Vi el testimonio de Anderson tres veces. Una frase me marcó: cuando oró por una mujer enferma de cáncer, declaró que ese cáncer “se secaba como la higuera”.

Al día siguiente, fui a casa de Juan Diego y le confesé mi adicción. No me juzgó. Me amó. Me fortaleció con la Palabra, me animó a orar con el Salmo 91 y me advirtió: “Va a comenzar una guerra espiritual”.

Esa noche, mientras leía el Salmo 91, decidí abrir la Biblia para comenzar de verdad. Vi una página doblada, y al desdoblarla, caí justo en el pasaje donde Jesús maldice la higuera (Marcos 11). El mismo versículo que había resonado en mí desde el testimonio de Anderson. Sentí que Dios me hablaba directamente.

Esa misma noche boté todo lo relacionado con la marihuana. Declaré: “Soy libre, mi identidad está en Cristo”. Desde entonces, nunca más volví a consumir. En pocos días, la gastritis desapareció, mi mente se despejó, mi cuerpo fue sanado.

En ese tiempo, Kelly estaba embarazada. A los cinco meses, una ecografía detectó una malformación en la vena aorta de nuestra bebé. El diagnóstico era grave: debía operarse a corazón abierto al nacer.

Fuimos con urgencia donde Juan Diego. Él nos habló de una verdad que nunca habíamos escuchado: que Jesús no solo murió por nuestros pecados, sino también por nuestras enfermedades. Que por Sus llagas ya hemos sido sanados.

Oramos por Renata con fe. Juan Diego declaró que su corazón era perfecto, que sería sana y no necesitaría cirugía. Desde entonces, todos los días declaramos: “Renata es sana. Su corazón es perfecto. Dios la hizo perfecta”.

Los exámenes posteriores mostraron una mejora progresiva. Lo que era una condición crítica pasó a ser una variación anatómica benigna. Su corazón no solo estaba bien, era perfecto. ¡Dios sanó a nuestra hija!

Esa experiencia nos confirmó que Dios cumple lo que promete. Yo entendí que debía ser el sacerdote de mi hogar. Le propuse matrimonio a Kelly y nos casamos. Sin dinero, pero con fe. Y Dios proveyó todo.

Hoy estoy ejerciendo como ingeniero en el área que soñé. Kelly también fue bendecida con un empleo. Renata, nuestra hija, crece en la presencia de Dios. Con solo dos años reconoce quién es Jesús, canta alabanzas y sabe que la Iglesia es la “Casa de Jesús”.

Aunque vivimos en Manizales, seguimos conectados con Iglesia Palabra Pura online y viajamos cuando podemos. Somos testigos vivientes de que lo que el mundo ató por años, Cristo lo liberó en un instante.

“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.”
Filipenses 4:13

1 comment on “TESTIMONIOS

  1. Es precioso saber que Jesús me amó primero y me entregó a ser parte de su cuerpo y de su Reino. Que bello testimonio de vida m, sanidad y Salvación para esta bella familia en Cristo nuestro Señor.

Responder a Javier augusto Gutierrez Valencia Cancelar respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

SELECIONA TU MONEDA