
Hemos estado recorriendo juntos el Libro de los Hechos en esta serie “Del Libro de los Hechos a las Cartas”, descubriendo cómo la Iglesia primitiva fue extendiéndose a pesar de la oposición. En cada paso hemos visto que el Evangelio no se detuvo, sino que avanzó con Poder. Ahora, al llegar a la Parte 9, seguimos los pasos de Pablo, Silas y Timoteo después de su salida de Filipos, y veremos cómo, a pesar de las dificultades y las persecuciones, el Señor les abrió nuevas puertas.
Después de haber sido echados injustamente de Filipos, Pablo, Silas y Timoteo continuaron su viaje hacia Tesalónica, una ciudad estratégica en la ruta romana llamada la Vía Ignacia. Como era su costumbre, Pablo fue directo a la sinagoga y durante tres sábados habló con los Judíos. Les explicó, con las Escrituras, que el Mesías tenía que sufrir, morir y resucitar, y que Jesús era ese Mesías prometido.
HECHOS 17:1-3 (RVR) “Pasando por Anfípolis y Apolonia, llegaron a Tesalónica, donde había una sinagoga de los judíos. Y Pablo, como acostumbraba, fue a ellos, y por tres días de reposo discutió con ellos, declarando y exponiendo por medio de las Escrituras, que era necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos; y que Jesús, a quien yo os anuncio, decía él, es el Cristo”
Muchos creyeron, entre ellos Griegos devotos y mujeres influyentes, pero, como suele ocurrir, no todos recibieron bien el mensaje. Un grupo de Judíos, llenos de celos, levantaron un alboroto en la ciudad. Fueron a casa de Jasón, donde se hospedaban Pablo y los demás, y, al no encontrarlos, arrastraron a Jasón ante las autoridades, acusándolo de estar ayudando a unos “agitadores del mundo” (Hechos 17:5-6).
Ante el peligro, los creyentes ayudaron a Pablo y Silas a salir de la ciudad de noche, rumbo a Berea, donde encontramos a un grupo descrito como “más noble” que los de Tesalónica. Estos Bereanos ejemplifican un aspecto crucial del crecimiento espiritual: recibían la palabra con entusiasmo y examinaban las Escrituras a diario, para verificar las enseñanzas de Pablo. Esto nos sirve como un poderoso recordatorio hoy: si bien debemos respetar y aprender de los líderes espirituales, en última instancia, debemos asumir la responsabilidad de no conformarnos con lo que escuchamos, sino además verificarlo en las Escrituras.
HECHOS 17:11-12 (NVI) “Estos eran de sentimientos más nobles que los de Tesalónica, de modo que estuvieron muy dispuestos a recibir el mensaje y todos los días examinaban las Escrituras para ver si era verdad lo que se les anunciaba. Muchos de los judíos creyeron, y también un buen número de no judíos, incluso mujeres distinguidas y no pocos hombres”
Pero la tranquilidad duró poco. Cuando los Judíos de Tesalónica se enteraron de que Pablo predicaba en Berea, también fueron allá a alborotar. Entonces, para protegerlo, los hermanos enviaron a Pablo hacia el mar, mientras Silas y Timoteo se quedaron en Berea (Hechos 17:13–14).
Pablo viajó a Atenas, una ciudad reconocida por su historia, su arte y, sobre todo, su filosofía. Estando allí, envió un mensaje a Silas y Timoteo pidiéndoles que se reunieran con él cuanto antes (Hechos 17:15). Aunque la ciudad era famosa por su cultura, Pablo se sintió profundamente conmovido y dolido al ver la cantidad de ídolos por todas partes:
HECHOS 17:16 (NTV) “Mientras Pablo los esperaba en Atenas, se indignó profundamente al ver la gran cantidad de ídolos que había por toda la ciudad”
Y como era su estilo, el Apóstol Pablo no se quedó callado. Empezó a hablar en la sinagoga y en la plaza. Eso llamó la atención de dos grupos de pensadores: los epicúreos, que solo buscaban placer y evitaban el dolor, y los estoicos, que preferían una vida dura, sin lujos, casi sin emociones. Ninguno de los dos grupos creía en la resurrección ni en un Dios personal.
Pero Pablo, con sabiduría, encontró una forma muy inteligente de presentar el Evangelio. Caminando por la ciudad vio un altar que decía: “Al Dios no conocido”. Entonces les dijo: “Ese Dios que ustedes adoran sin conocerlo, es el Dios que yo les anuncio” (Hechos 17:23), ¡qué manera tan sabia de conectar con ellos!
Algunos se burlaron, otros dijeron: “Te escucharemos en otro momento” (Hechos 17:32). Pero hubo algunos que creyeron. Y con eso, Pablo decidió continuar su viaje.
Se fue entonces a Corinto, cruzando un mar con aguas agitadas. Una vez allí, se hospedó con Aquila y Priscila, una pareja de Judíos que también hacían tiendas de campaña como él, y formaron parte de sus colaboradores más cercanos en el Ministerio (Hechos 18:1–3). Este detalle aparentemente trivial revela una verdad importante: Dios a menudo usa nuestras ocupaciones y conexiones cotidianas como plataformas para su obra. No tenemos por qué separar nuestra vida espiritual de nuestra vida secular; todos los aspectos de nuestra existencia pueden usarse para la gloria de Dios.
Es en Corinto que Silas y Timoteo finalmente llegaron desde Macedonia, trayendo noticias de lo que estaba pasando en Tesalónica y Berea: persecuciones, confusión, dudas… especialmente sobre la resurrección de los muertos.
Fue en ese momento que Pablo se sentó a escribir su primera Carta a Tesalonicenses, que conocemos como 1 Tesalonicenses. La escribió junto con Silas y Timoteo, y les envió esa carta como respuesta a sus preguntas, para afirmar su fe y animarlos a seguir firmes en medio de la oposición.
Para el Apóstol Pablo era importante afirmar la fe de los creyentes, por eso se tomaba el tiempo de visitarlos o escribirles, buscando que no se desviaran del mensaje principal del Evangelio. La misión de Pablo no se trataba solo de convertir personas, sino de hacer discípulos fuertes en la doctrina de Cristo (Mateo 28:19).
Otro aspecto notable del ministerio de Pablo es su disposición a delegar y empoderar a otros, y a pesar de la juventud de Timoteo, Pablo le confiaba importantes responsabilidades, lo que le permitía crecer en su vocación. Esto sirve como un poderoso ejemplo para los líderes de hoy, recordándonos la importancia de la mentoría y de crear oportunidades para que otros desarrollen sus dones y Ministerios.
Esta transición nos prepara para lo que veremos en el siguiente artículo. Cómo desde Corinto Pablo continuó formando discípulos comprometidos, como Timoteo, en quienes confió y a quienes delegó autoridad real y escribiendo a los Tesalonicenses para afirmarlos en la fe.