Iglesia Palabra Pura
  • 12 septiembre, 2025
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Un nuevo comienzo: la historia de fe y victoria de Silvina Cajal

Mi nombre es Silvina Cajal, miembro de Iglesia Palabra Pura desde Argentina, y quiero abrir mi corazón para contarles lo que Dios hizo en mi vida. Durante muchos años cargué con enfermedades, dolores, problemas financieros y una profunda frustración, pero un día la Palabra de Dios llegó a mí y todo empezó a transformarse.

Desde pequeña aprendí tradiciones religiosas, pero nunca entendí realmente lo que significaba vivir como hija de Dios. Cuando crecí y empecé a formar mi hogar, enfrenté problemas de salud muy serios. Fui diagnosticada con gastritis crónica. Los médicos me decían que tenía que acostumbrarme a vivir así, que era algo incurable y que lo único que podía hacer era medicarme y resignarme. Cada día era un sufrimiento. Tenía dolores fuertes, malestares constantes y muchas veces no podía ni dormir bien. Yo repetía las palabras que escuchaba: “esta es mi enfermedad”, “tengo que aprender a vivir con ella”. Sin darme cuenta, estaba aceptando en mi boca y en mi mente algo que Dios nunca quiso para mí.

En medio de todo esto conocí la iglesia Palabra Pura. Al principio no entendía mucho de lo que se enseñaba, pero había algo en la predicación que me llamaba la atención. El Pastor hablaba con tanta claridad sobre lo que Cristo ya había hecho por nosotros en la cruz, que empecé a sentir que algo no estaba bien en lo que yo había creído hasta ese momento. Descubrí que la Palabra dice que Jesús llevó todas nuestras enfermedades, que por sus llagas fuimos nosotros curados. Eso me sacudió, porque iba en contra de todo lo que había repetido durante años. Yo decía: “tengo gastritis”, pero la Biblia decía: “fuiste sanada”.

Fue un proceso de confrontación interna. Recuerdo un día en particular cuando me miré al espejo y empecé a hablarme a mí misma con la Palabra. Me dije: “Silvina, tú no eres una enferma, tú eres sana en Cristo Jesús. Esa gastritis no tiene poder sobre tu vida”. Al principio parecía extraño, pero algo empezó a cambiar dentro de mí. Dejé de confesar enfermedad y empecé a confesar sanidad. Dejé de creerle al diagnóstico y empecé a creerle a Dios. Y poco a poco, los síntomas desaparecieron. Hoy puedo decir con gozo que soy completamente sana, no por los médicos, sino porque Jesucristo ya pagó el precio por mí.

Pero Dios no solo obró en mi vida, también en mi familia. Una de mis nietas tenía problemas muy serios de salud, y los médicos no daban esperanza. Yo, con la misma fe que me sanó, empecé a orar y a declarar la Palabra sobre ella. Y la respuesta llegó. Mi nieta fue sanada. Hoy está bien, y cada vez que la veo corroboro que Dios es fiel y cumple lo que promete.

Otra área donde experimenté un cambio radical fue en lo financiero. Durante mucho tiempo vivimos limitados, con deudas, sin posibilidad de ahorrar ni de prosperar. Pero cuando empecé a poner en práctica los principios de la Palabra también en esta área, las cosas cambiaron. Dios me enseñó a administrar con sabiduría, a diezmar, a ofrendar, y a confiar en que Él es mi proveedor. Poco a poco vi cómo la escasez se fue, y hoy disfruto de estabilidad y paz financiera. Todo gracias a que me atreví a creer que la Palabra de Dios es verdadera también en lo económico.

Miro hacia atrás y no dejo de maravillarme. Aquella mujer enferma, preocupada, endeudada y sin esperanza ya no existe. Hoy soy una nueva persona en Cristo, sana, libre y llena de fe. Todo lo que soy y tengo es fruto de la obra de Jesús en mi vida. Y si Él lo hizo conmigo, puede hacerlo con cualquiera que decida creerle.

A quien lea mi testimonio quiero decirle: no aceptes como tu destino lo que el mundo, la medicina o las circunstancias te dicen. Cree lo que Dios ya declaró sobre ti. Él ya llevó tus enfermedades, ya rompió tus cadenas, ya te hizo libre. Solo tienes que atreverte a confesarlo y a vivirlo. Si Cristo me sanó a mí, si cambió mi familia y mis finanzas, también lo hará contigo.

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