
SANADA DE HIPERTIROIDISMO
Mi nombre es Karen Londoño, soy miembro de Iglesia Palabra Pura desde hace diez años y servidora desde hace nueve. Hoy quiero abrir mi corazón para compartirles mi testimonio de sanidad.
A los 13 años me diagnosticaron hipertiroidismo debido a síntomas que estaba experimentando: dolores de cabeza constantes, desmayos frecuentes y un desarrollo físico anormal para mi edad. Mis padres notaban que mi cuerpo no crecía de manera normal como el de cualquier niña de 13 años que entra en la adolescencia.
El diagnóstico fue muy duro: los médicos dijeron que el hipertiroidismo no tiene cura y que debía tratarlo de por vida con medicamentos. Todas las mañanas debía tomar una dosis exacta, porque si no lo hacía, los dolores de cabeza y los desmayos volvían con más fuerza.
Así transcurrió mi adolescencia. Nunca logré aumentar de peso, lo cual me produjo una profunda baja autoestima. Me costaba socializar con otros jóvenes y recibía constantes burlas. Recuerdo que cuando iba a la tienda, algunos decían: “Esa niña está tan flaca que sirve para las patas de mi cama o para las patas de la mesa de mi sala”. Aquellas palabras me herían y me hicieron aislarme. Iba del colegio a la casa y de la casa al colegio. Cuando salía con mis padres, usaba ropa muy holgada para ocultar mi delgadez.
A los 21 años conocí el Evangelio gracias a mi hermana y mi cuñado, quienes empezaron a asistir a una Iglesia cristiana. Allí me enseñaron que Jesús había muerto en la cruz para perdonar mis pecados y darme salvación, pero no me hablaron claramente de que también había pagado por mis enfermedades.
Fue entonces cuando mi cuñado me animó a escuchar Iglesia Palabra Pura en la radio. “Karen, escucha esta emisora a tal hora —me dijo—, seguro te va a interesar”. Justo en ese momento estaban hablando de sanidad divina. Al principio no entendía por qué yo debía cargar con esa enfermedad ni por qué me había tocado a mí, pero escuchar que Cristo ya había pagado también por mis enfermedades en la cruz me impactó profundamente. El profeta Isaías lo había declarado: “Por Sus llagas fuimos sanados”. No decía “seremos”, sino que ya habíamos sido sanados. Esa revelación me confrontó: ¿por qué seguir cargando con algo que Jesús ya llevó por mí?
Esa verdad me motivó a congregarme en Iglesia Palabra Pura y aprender más sobre la sanidad. Leí el libro de la Santa Cena de la Pastora Adriana Lemes, y entendí que el pan y el vino no eran un simple ritual, sino un acceso constante a la victoria de Cristo. No era algo limitado a una vez al mes, sino un privilegio que podía recibir todos los días. Empecé a tomar la Santa Cena constantemente, declarando con fe: “Por las llagas de Cristo soy sana”.
Llegó un momento en que tuve la convicción firme de dejar la medicina. Los doctores me decían que debía tomarla de por vida para evitar los desmayos y dolores de cabeza, pero decidí, por decisión y convicción, reemplazar esas pastillas por la Santa Cena, confiando en la obra perfecta de Jesús. Me sentí guiada a hacerlo así, es mi caso personal.
No fue algo inmediato, sino un proceso de dos años. Pasado ese tiempo, me ordenaron nuevos exámenes de tiroides y el resultado fue sorprendente: mi glándula estaba completamente normal. Los médicos esperaban valores alterados, pero estaban en el rango perfecto. Cuando llevé los resultados al especialista, me dijo: “¿Cómo es esto posible?”. Yo le respondí con seguridad: “Sí sé cómo es posible: tengo un Dios grande y poderoso que me ha sanado”. El doctor, incrédulo, solo asintió. No sé si porque no quería discutir o porque realmente entendió, pero yo salí de allí con el corazón lleno de gozo, dándole gloria a Dios.
Me sentía como aquel leproso de la historia Bíblica que, después de ser sanado, volvió a Jesús a dar gracias. En casa me decían que si ya Dios me había sanado, entonces por qué no le pedía que me engordara, pero ellos mismos han visto con el pasar de los años que esa Sanidad ya es manifiesta. Poco a poco empecé a recuperar peso, a verme más saludable y a experimentar cambios que antes eran imposibles. Estando enferma no pasaba de 48 kilos, ahora estoy feliz de expresarles que peso 54 Kilos. No solo he recibido sanidad en mi tiroides, sino también restauración en mi cuerpo y en mi autoestima.
Hoy puedo decir con certeza: Jesucristo me sanó. Y si tú que lees esto has recibido un diagnóstico médico que dice “no tiene cura”, quiero invitarte a creer lo que Cristo ya hizo en la cruz. Él no solo pagó por tus pecados, también cargó con tus enfermedades, para darte Sanidad.
Yo lo recibí y lo viví. Tú también puedes experimentar la misma Sanidad y Restauración que el Señor ha hecho en mi vida.