En la Parte 1 de esta serie, establecimos el diseño original de Dios para el matrimonio: una relación de unidad, prioridad, intimidad, integridad y transparencia.
En Deuteronomio 24, Moisés permitió que un hombre diera carta de divorcio a su esposa. Cuando los fariseos usaron ese pasaje para tentar a Jesús, Él les explicó:
MATEO 19:8 (NTV) “… Moisés permitió el divorcio solo como una concesión ante la dureza del corazón de ustedes, pero no fue la intención original de Dios”
¿Lo notas? Jesús no dice que el divorcio fue lo ideal, pero sí que fue una concesión de Dios ante la realidad del pecado humano. La intención nunca fue legalizar la ruptura, sino ofrecer un camino justo ante la dureza del corazón.
Vivimos en un mundo caído donde las relaciones a menudo no alcanzan este ideal. El dolor del divorcio toca muchas vidas, dejando cicatrices y una sensación de fracaso. Pero ¿considera Dios a las personas divorciadas ciudadanos de segunda clase? Es crucial comprender que Dios está más interesado en las personas que en preservar una institución a toda costa.
La realidad del fracaso matrimonial, del divorcio, de las heridas profundas, nos obliga a preguntarnos: ¿qué pasa cuando el matrimonio falla? ¿Hay esperanza para los que han caído? ¿Cuál es el corazón de Dios hacia los que han fracasado?
En Jeremías 3, Dios mismo dice que Israel se prostituyó y Él le dio carta de divorcio. Pero también dice: “Vuélvete a mí, porque yo soy tu esposo.” Es decir, aun después del divorcio, Dios sigue llamando a la restauración. No es un Dios que se cierra ante los que fallaron, sino un Dios que invita a regresar.
Si Dios mismo es así con Su Pueblo, ¿quiénes somos nosotros para decirle a alguien divorciado que ya no tiene lugar en la Presencia de Dios?
La condena religiosa que muchas personas han experimentado por su pasado matrimonial o sexual no viene del corazón de Dios, sino de una tradición que ignora la Gracia. Jesús denunció esta actitud en los Fariseos, que usaban la Ley para oprimir. Hoy, esa misma actitud sigue viva en sectores religiosos que le dicen a una persona: “puedes venir, pero no puedes servir, no puedes tomar comunión, no puedes enseñar”.
Pero cuando vamos a la Palabra, descubrimos que Dios no clasifica a Sus hijos como de “primera” o “segunda clase”. Todos los que han sido redimidos por la Sangre de Cristo tienen un lugar igual en la mesa del Señor.
Cuando examinamos Mateo 1, encontramos que en la genealogía del Mesías hay mujeres que, desde una perspectiva religiosa, nunca hubieran calificado: Tamar, Rahab, Rut y Betsabé. Tamar se vio envuelta en una situación escandalosa, y aun así se la menciona. Rahab era prostituta, pero encontró un lugar en la historia de Dios. Rut, aunque virtuosa, era extranjera. La relación de Betsabé con David comenzó en adulterio, pero de su linaje provino Salomón y, finalmente, Jesús. La presencia de estas mujeres en la genealogía desafía nuestra tendencia a descartar a quienes tienen un pasado turbio.
Todas estas mujeres fueron parte del linaje del Salvador. ¿Qué nos dice esto? Que Dios no borra a las personas por su pasado. Al contrario, las redime y las incluye en Su historia redentora. La pregunta no es si cometieron errores, sino si Dios puede restaurarlas, y la respuesta es un rotundo sí.
Cuando una persona se arrepiente, cambia su camino y viene a Cristo, no debemos recordarle cada día lo que fue, sino edificarla con lo que ahora es en Cristo. Dios no es un Dios que cancela a los caídos, es un Dios que los levanta y los usa.
2 CORINTIOS 5:17 (RVR) “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”
Con demasiada frecuencia, las Iglesias y los cristianos se han encargado de determinar quién es digno del amor de Dios, estableciendo categorías de “cristianos de segunda clase” basadas en errores pasados o divorcios. Pero ¿dónde en las Escrituras vemos a Jesús tratando a las personas de esta manera?
El Apóstol Pablo, quien una vez fue perseguidor de la Iglesia, se convirtió en uno de sus más grandes Apóstoles. Si Dios puede usar a alguien con sangre en las manos para edificar Su Iglesia, ¿quiénes somos nosotros para limitar Su Gracia en la vida de quienes han sido afectados por el divorcio?
Uno de los relatos más poderosos en los Evangelios es el de la mujer sorprendida en adulterio (Juan 8). Fue traída ante Jesús por los religiosos de su época con el objetivo de atraparlo y exponerlo, pero Él respondió con sabiduría y compasión:
JUAN 8:7 (RVR) “… El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”
Este episodio revela el corazón de Dios hacia los quebrantados. Jesús no ignoró el pecado, pero tampoco condenó a la mujer, porque Él mismo pagaría en la cruz por su condena, sino que la llevó a responder a la Gracia no perseverando en el pecado.
JUAN 8:11 (RVR) “… Ni yo te condeno; vete, y no peques más”
Esto no significa ignorar o justificar el pecado ni fingir que el divorcio no es doloroso ni contrario a lo que Dios estableció desde el principio. Pero sí significa reconocer que la Gracia de Dios es mayor que nuestros fracasos. Significa crear espacios donde las personas quebrantadas puedan encontrar sanidad y propósito.
Para quienes han pasado por un divorcio, sepan esto: Dios no los ha abandonado. Su valor no se determina por su estado civil, sino por el precio que Jesús pagó por ustedes en la cruz. No están descalificados del amor de Dios.
El propósito del matrimonio sigue siendo sagrado. Pero también lo es el corazón del Evangelio: la Gracia, el perdón y la restauración.

