Mi nombre es Juliana Hincapié, y soy miembro de Iglesia Palabra Pura desde hace aproximadamente cinco años.
Cuando era pequeña, mi mamá me llevaba a una Iglesia Cristiana. Somos de Pereira, pero cuando tenía 12 años nos fuimos a vivir a Estados Unidos. Durante mi niñez aquí en Pereira, mi mamá siempre me llevaba a la Iglesia, aunque en ese entonces no había la revelación que tengo ahora. Todo era muy religioso, muy estructurado, sin ese entendimiento profundo de la Palabra. Sin embargo, hoy puedo ver que allí se cumplió lo que dice la Escritura: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6).
En mi adolescencia me alejé de Dios, de la Iglesia y de la fe. Viví una vida desenfrenada, de rumba, de calle, de desorden. Estuve alejada de Dios por mucho tiempo. Pero al llegar a mi edad adulta, entre los 25 y 27 años, empecé nuevamente a sentir una profunda necesidad de Él. Sentía ese vacío y esa búsqueda de paz, y me empezaba a hacer preguntas sobre el propósito de mi vida.
Ya para ese tiempo estaba viviendo en Estados Unidos y comencé a buscar Iglesias a donde asistir. Fui a varias, pero eran muy grandes y sus mensajes eran más motivacionales que Bíblicos. Me sentía bien en el momento, pero al salir volvía a lo mismo el resto de la semana. No había un compromiso real con Dios.
Con el tiempo empecé a hacer Devocionales en las mañanas y a fortalecer un poco mi intimidad con Dios, pero aún había un vacío grande que no lograba llenar.
En el año 2019 nos mudamos nuevamente a Pereira, justo antes de la plandemia. Un primo me invitó a una Iglesia llamada Palabra Pura, y me dijo que los Pastores habían vivido en Estados Unidos, y que la enseñanza allí era muy diferente a las Iglesias Cristianas tradicionales de Colombia. Fui un domingo, pero justo estaban hablando de política, y no entendí mucho. Siempre había escuchado que la política y la religión no se mezclaban, sin saber realmente por qué. Esa primera vez salí corriendo.
Luego llegó la plandemia. Tuve muchísimo trabajo, y eso se convirtió en mi refugio durante ese tiempo. Pero, aun así, sentía la necesidad de buscar más de Dios.
Al pasar la plandemia, volví a sentir ese llamado interior. Me dije: “Voy a volver a la Iglesia, voy a darme una oportunidad más.” Y volví a Palabra Pura. Empecé a asistir a las enseñanzas y a aprender cosas que nunca antes había escuchado. Para mí fue una revelación total. Entendí, por ejemplo, lo que realmente significaba la salvación. Siempre pensé que Cristo me había perdonado mis pecados y ya, pero no sabía que Él había ganado para mí muchos otros beneficios: sanidad, bendición y mucho más.
Esa revelación cambió mi vida. A través de la enseñanza pude quitar muchos velos de mis ojos y dejar atrás tradiciones y creencias erróneas que había tenido durante toda mi vida.
Comencé un verdadero caminar con Dios. Empecé a ir a la Iglesia todos los domingos y miércoles, y también a hacer los Discipulados.
Mi esposo, por su parte, nunca había tenido una verdadera guía espiritual sólida. Creció en una familia Católica “entre comillas”, porque solo iban a la Iglesia en ocasiones especiales. Con el tiempo, su mamá empezó a involucrarse en temas de la nueva era, escuchando audios y enseñanzas que lo fueron influenciando.
Al principio, para mí fue difícil, porque aunque yo había estado alejada de Dios, tenía bases cristianas desde niña. Eso me ayudó a regresar “a casa”. Y gracias a Dios, esa casa fue Palabra Pura, donde se predica la Palabra de manera cruda, sin filtros ni adornos. Esa verdad me permitió tener revelación y transformación.
Además de asistir a los Servicios y Discipulados, en casa seguía estudiando. Escuchaba los audios de la Escuela Bíblica de los Pastores, leía, reflexionaba. Quería más y más de Dios. Y así fue como mi fe creció. Como dice la Escritura: “La fe viene por el oír, y el oír la Palabra de Dios” (Romanos 10:17).
Mientras más estudiaba, más era transformada. Llegó un momento en que empecé a preguntarme si estaba en un matrimonio con yugo desigual, porque sentía que mi esposo y yo no caminábamos al mismo ritmo espiritual.
Dios empezó a trabajar en mí desde adentro. Me restauró, me afirmó en mi identidad en Cristo, y entendí que ya había sido justificada, que mi pasado quedó atrás, que soy salva por Su gracia y no por obras, y que tengo autoridad en Su nombre para alinear mi vida a Su voluntad.
Pero también entendí que no podía amar a mi esposo por encima de Dios. Y si él no se iba a alinear con la Palabra, yo tendría que tomar decisiones. En ese momento nuestro matrimonio estaba lleno de problemas: nos faltábamos al respeto, discutíamos, no sabíamos cómo hablarnos. Llevábamos unos seis o siete años casados, pero no era un matrimonio maduro. Faltaba el ingrediente principal: Cristo.
Oré, busqué dirección y un día decidí confrontarlo. Le dije:
“He decidido seguir a Cristo y ponerlo por encima de todo: de mí, de ti, de nuestra familia, de todo. Necesito saber si tú también vas a alinearte, porque no quiero estar en yugo desigual.”
Él ya había notado los cambios en mí, y más que mis palabras, fueron mis actos los que lo impactaron. Comenzó a acompañarme a la Iglesia los domingos. Al principio solo iba “a calentar silla”, pero poco a poco Dios empezó a obrar.
Luego aceptó estudiar conmigo en casa. Nos levantábamos muy temprano, antes de que nuestra hija fuera al colegio, nos sentábamos con la Biblia, papel y lápiz, y escuchábamos los audios de la Escuela Bíblica. Los pausábamos, reflexionábamos, buscábamos las citas, hablábamos de lo que entendíamos. Era un tiempo muy profundo.
Y fue ahí donde empezó la transformación en él. De la noche a la mañana su forma de hablar, de tratarme, de relacionarse con su familia cambió. Dios empezó a manifestarse en su vida.
Un año después, él decidió dejar su programa deportivo de los miércoles para poder asistir también a la Iglesia entre semana. Empezó a hacer los Discipulados, y hoy ya va por el quinto nivel, mientras que yo terminé los seis niveles.
El Señor restauró completamente nuestro matrimonio. Hoy somos una pareja que sabe comunicarse, que pone a Dios por encima de todo, que busca Su Palabra para cada decisión. Tenemos claro que nuestra autoridad es la Palabra de Dios.
Gracias a Palabra Pura hemos aprendido a entender la Escritura en su forma más pura: directa, sin filtros, confrontante. Nos hemos sentido exhortados, desafiados, pero esa es la verdadera Palabra: viva y cortante, como espada de doble filo.
Podemos testificar que el Señor es fiel. Estábamos a punto de divorciarnos, pero Él nos rescató. Nos trajo de vuelta a Pereira no solo para reencontrarnos con nuestra familia, sino para tener un encuentro verdadero con Él.
Estamos profundamente agradecidos con Dios y con nuestros Pastores, quienes nos han enseñado a escudriñar Su Palabra y a buscar cada día más de esa fuente de agua viva que renueva y transforma.
Hoy podemos decir con total convicción: toda la Gloria y la Honra son para Dios.
Y este es solo el comienzo, porque Dios ha seguido haciendo grandes cosas en nuestra vida, y muy pronto estaré compartiendo más testimonios de Su fidelidad y poder.

