
MATEO 18:21-22 (RVR) “Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete”
El perdón suele ser uno de los aspectos más desafiantes de nuestro caminar espiritual. Nos resulta fácil aceptar el perdón de Dios por nuestras propias faltas, pero cuando se trata de perdonar a quienes nos han hecho daño, a menudo nos cuesta.
¿Por qué es tan común esta desconexión, incluso entre creyentes comprometidos en seguir la Palabra?
Porque frecuentemente limitamos nuestro perdón, llevando un registro mental de las ofensas hasta que decidimos que alguien ha agotado las posibilidades que les hemos dado. Sin embargo, cuando Pedro le preguntó a Jesús cuántas veces debía perdonar, su respuesta fue clara: «setenta veces siete». No se trataba de 490 veces literales, sino de una ilustración de que nuestro perdón debe ser ilimitado, así como el perdón de Dios hacia nosotros no tiene límites. Pero aunque Pedro fue el que preguntó, los otros Discípulos estaban escuchando la respuesta de Jesús. En el Evangelio de Lucas encontramos cómo tomaron lo que Jesús decía acerca del perdón:
LUCAS 17:1-5 (RVR) “Dijo Jesús a sus discípulos: Imposible es que no vengan tropiezos; mas ¡ay de aquel por quien vienen! Mejor le fuera que se le atase al cuello una piedra de molino y se le arrojase al mar, que hacer tropezar a uno de estos pequeñitos. Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale. Auméntanos la fe. Dijeron los apóstoles al Señor: Auméntanos la fe.
Curiosamente, fue esta enseñanza la que impulsó a los discípulos a pedirle a Jesús que les fortaleciera la fe. Habían presenciado curaciones milagrosas, la alimentación de miles de personas e incluso habían visto a Jesús caminar sobre el agua. Sin embargo, fue el mandato de perdonar repetidamente lo que los hizo sentir más incapaces. Esto revela una profunda verdad: el perdón genuino a menudo requiere más fe y fortaleza espiritual de lo que creemos.
Muchos creyentes expresan estos dos argumentos para no perdonar:
- “Dios puede perdonar porque Él es divino, pero yo soy un ser humano”.
- “No veo arrepentimiento en la otra persona, por lo tanto, esperaré a que me pida perdón para perdonarle”.
Pero estos argumentos se quedan sin peso ante la misma Palabra. Pues al leer la Carta a los Romanos encontramos:
- EL AMOR DE DIOS HA SIDO DERRAMADO EN NUESTROS CORAZONES POR EL ESPÍRITU SANTO:
ROMANOS 5:5 (RVR) “… porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado”
Esto significa que no se nos ha dado amor en pequeñas cantidades, sino en abundancia, desbordándose en nuestras vidas. Y es de esa fuente de amor divino que extraemos la fuerza para perdonar incluso las ofensas más graves.
2) DIOS NOS PERDONÓ ANTES DE QUE NOS ARREPINTIÉRAMOS Y MANIFESTÁRAMOS ARREPENTIMIENTO:
ROMANOS 5:8 (RVR) “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”
De la misma manera, estamos llamados a perdonar a los demás, incluso antes de que lo busquen, como reflejo de la Gracia de Dios en nuestras propias vidas. La historia de Esteban en el libro de los Hechos ofrece un poderoso ejemplo al respecto:
HECHOS 7:57-60 (RVR) “Entonces ellos, dando grandes voces, se taparon los oídos, y arremetieron a una contra él. Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo. Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió”
Mientras apedreaban a Esteban por su fe, sus últimas palabras fueron una súplica a Dios para que no les reprochara este pecado a sus atacantes (Hechos 7:60). En ese momento de extremo sufrimiento, Esteban reflejó la naturaleza misma de Cristo, quien en la cruz dijo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23:34).
¡Qué poderoso ejemplo de perdón! ¿Cómo podemos, entonces, nosotros cultivar este nivel de perdón en nuestra vida? El Apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, nos da una guía al respecto:
EFESIOS 4:32 (DHH) “Sean buenos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, como Dios los perdonó a ustedes en Cristo”
En otras palabras, el Apóstol nos está indicando que nuestra capacidad de perdonar a los demás está directamente relacionada con nuestra comprensión y aceptación del perdón de Dios hacia nosotros.
La raíz griega de la palabra “perdón” está relacionada con “Charis”, que significa Gracia. Por lo tanto, el verdadero perdón implica otorgar Favor o Gracia a otra persona con el fin de restaurarla. Ahora, no se confundan, porque el perdón no significa minimizar la ofensa ni rendirnos a que se haga justicia, sino elegir liberar al ofensor de la deuda que retenemos en nuestro corazón, tal como Dios nos ha liberado de nuestra deuda espiritual.
El perdón no es un sentimiento ni un proceso largo y prolongado; es una elección: la decisión de obedecer el mandato de Dios y actuar conforme al amor que Él nos ha prodigado. Cuando comprendemos verdaderamente la magnitud del perdón de Dios hacia nosotros, extender esa misma Gracia a los demás se vuelve no solo posible, sino un hábito.
En un mundo que a menudo opera según el principio de “ojo por ojo”, elegir el perdón es un acto radical. Pero debemos tener claro que el perdón no niega la justicia ni elimina las consecuencias. Más bien, nos libera del peso de la amargura y permite que el amor de Dios fluya a través de nosotros, incluso en las circunstancias más difíciles.
Al reflexionar sobre estas verdades, preguntémonos: ¿Hay personas en nuestra vida a quienes debemos perdonar? ¿Guardamos rencores que obstaculizan nuestro crecimiento espiritual y nuestra capacidad de experimentar plenamente el amor de Dios? Recuerden, el perdón no es opcional para los creyentes; es un reflejo directo del amor de Dios en nuestras vidas.
Elijamos hoy perdonar como hemos sido perdonados. Permitamos que el amor desbordante de Dios sane nuestras heridas y nos fortalezca para extender Gracia a los demás.
.