
Mi hija estaba al borde de la muerte, pero Dios la levantó
Mi nombre es Luz Marina Prieto, miembro de Iglesia Palabra Pura, y quiero compartir con ustedes uno de los momentos más duros pero también más gloriosos que he vivido como madre. Este testimonio tiene que ver con mi hija María y lo que atravesamos durante la plandemia.
En medio de esos días de tanta incertidumbre, a mi hija le dio una enfermedad respiratoria. Al principio parecía que iba a ser un cuadro leve, pero a los 20 días su estado de salud se complicó gravemente. Las plaquetas se le bajaron a cero y su cuerpo empezó a debilitarse rápidamente.
Ella estaba en un apartamento con un médico y un enfermero que la atendían en casa. Una mañana, el enfermero notó que su estado era crítico y llamó de inmediato al médico. Al llegar, el doctor confirmó que la situación era delicadísima. La miró, la trató y, en medio de esa escena desgarradora, le preguntó con quién quería hablar, pero solo podía ser con una persona… como para despedirse. Mi hija pidió hablar conmigo.
Fue un domingo a las cinco y media de la tarde. Recibí su llamada, y con una voz muy débil me dijo: “Madre, ora porque estoy muy mal”. Esas palabras me atravesaron el alma.
En ese momento, uno siente que el mundo se detiene. Que todo se derrumba. Que se le viene encima un baldado de agua hirviendo. También habló con el esposo, quien, entre lágrimas, le dijo al médico: “No me vaya a dejar morir a la madre de mi hija, póngale lo que le tenga que poner, yo me hago cargo de todo.”
El médico le respondió que le pondría todo lo mejor, que no se iba a mover del lado de ella en toda la noche. Dijo algo que me marcó: “Yo haré todo lo que me corresponde. El resto lo hace Dios”. No sé si ese médico era creyente, pero habló con una convicción que me dio paz.
Esa noche, terminé de hacer la comida, y me fui al último rincón de mi casa. Allí me arrodillé. Me postré con todo mi ser y empecé a clamar. No pedí, declaré. Le dije a mi Padre: “Yo sé en quién he creído. Tú levantarás a mi hija de ese lecho de dolor. Tú eres mi Dios, el que no avergüenza a quienes en ti esperan”.
Lloré como una niña. Me encalambré de tanto tiempo que estuve de rodillas. En algún momento me dormí orando, y al despertar, aún con el dolor en mis piernas, no me levanté. Seguí declarando: “Tú me diste esta hija, Tú me la restauras. Yo sé en quién he creído.”
El médico ya no permitió más llamadas esa noche. Solo dijo que al día siguiente nos daría el reporte. Yo no dormí. A eso de las 6:30 a. m., ya no aguanté más. Tomé el teléfono y llamé. Atendió mi nieta, que en ese momento tenía 10 años. Le pedí que fuera a preguntarle al médico cómo había amanecido su mamá.
Al rato, la niña volvió al teléfono y me dijo: “Abuela, el médico dice que mi mamá mejoró durante la noche.” En ese instante, volví a ese rincón donde había clamado y solo pude agradecer.
¡Dios la había sanado! El mismo médico dijo que había sido un milagro. Que él esperaba que María no amaneciera con vida, pero Dios tenía la última palabra.
Hoy puedo testificar que mi hija vive por la misericordia de Dios. Que nuestra fe no es en vano. Que vale la pena clamar, declarar y confiar. Este es el Dios en el que hemos creído, y este es el testimonio que quería compartir para Su gloria.
Bendito sea Dios !
Que hermoso el testimonio, muy glorioso lo que hizo nuestro señor Jesucristo que el es el doctor de los doctores 🙏 🙏 🙏
Muchas bendiciones para todos
Bendito sea el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que bueno es nuestro padre.
Gracias por la sanidad que ya nos diste, que hermoso testimonio.