Iglesia Palabra Pura
  • 29 septiembre, 2025
  • Rafael Lemes
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Con esta parte 14 llegamos al cierre de nuestra Serie sobre el Libro de los Hechos. Durante varias semanas hemos recorrido sus Capítulos, hemos visto la vida de la Iglesia Primitiva, el mover del Espíritu Santo y, de manera especial, el llamado y la pasión del Apóstol Pablo. Hoy, al terminar, no solo cerramos este estudio, sino que también reflexionamos sobre el ejemplo de fe, sacrificio y tenacidad de un hombre que dedicó su vida por completo al Señor.

Pablo fue un hombre profundamente marcado por la Gracia de Dios. Desde su encuentro en el camino a Damasco (Hechos 9:3–6), entendió que ya no podía vivir para sí mismo, sino para Aquel que lo llamó. Por eso, cuando se despide de los ancianos de Éfeso en Mileto, les recuerda con lágrimas que su Ministerio siempre fue con humildad, soportando pruebas y sirviendo al Señor sin reservas:

HECHOS 20:19 (RVR) “sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas, y pruebas que me han venido por las asechanzas de los judíos”

En Hechos 20 encontramos a Pablo despidiéndose de los ancianos de Éfeso. No era una despedida ligera: la Biblia nos muestra a un hombre con lágrimas en los ojos, que exhorta, anima y advierte con la seriedad de quien sabe que quizá no volverá a verlos. Pablo no habla para impresionar, ni para agradar; su única motivación era cumplir fielmente el llamado que había recibido de Dios.

Pablo deja en claro que su Ministerio nunca buscó ganancias terrenales:

HECHOS 20:33-34 (RVR) “Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado. Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido”

Aquí nos enseña que el verdadero liderazgo espiritual no se trata de aprovecharse del rebaño, sino de dar ejemplo de integridad y servicio.

De hecho, Pablo les advierte a los ancianos:

HECHOS 20:28 (RVR) “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre.”

Esta exhortación es crucial: el Pastor está llamado a alimentar, guiar y edificar, nunca a controlar ni a manipular. Jesús mismo, anunciado por los Profetas, vino a apacentar a Su pueblo, no a dominarlo (Miqueas 5:2; Mateo 2:6).

El Apóstol también les hizo una advertencia seria:

HECHOS 20:29-30 (RVR) “Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos.”

Esto nos muestra que el peligro no siempre viene de afuera, sino que incluso dentro de la misma comunidad pueden surgir enseñanzas distorsionadas. Pablo no oró para que eso no sucediera, porque sabía que cada creyente es responsable de sus decisiones delante de Dios. El libre albedrío de cada uno implica que debemos permanecer firmes en la verdad de la Palabra.

Pablo continuó su camino a Jerusalén, aun sabiendo que le esperaban prisiones y tribulaciones. El profeta Ágabo lo advirtió atando sus propias manos con el cinto de Pablo y diciendo: “

HECHOS 21:11 (RVR) “… Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles.”

Pero Pablo respondió con firmeza:

HECHOS 21:13 (DHH) “¿Por qué lloran y me ponen triste? Yo estoy dispuesto, no solamente a ser atado sino también a morir en Jerusalén por causa del Señor Jesús.”

Y a partir de ese momento comenzó una etapa muy difícil en la vida del Apóstol Pablo: los años de prisión. Desde Hechos 21 hasta el final del libro (capítulo 28), vemos a Pablo siendo trasladado de cárcel en cárcel, testificando delante de autoridades y enfrentando naufragios. Pero este período, que duró entre siete y once años, no fue un tiempo perdido. Al contrario, se convirtió en su “cuarto viaje misionero”, porque aun en custodia siguió predicando, discipulando y animando a las Iglesias.

Ya en Roma, bajo arresto domiciliario durante dos años, Pablo escribió las Cartas a los Efesios, Colosenses, Filemón y Filipenses. Y en lugar de apagarse, su Ministerio brilló más que nunca. Este hombre de una tenacidad impresionante nos enseñó que las cadenas físicas no pueden detener el llamado y la visión que Dios nos da, incluso, cuando fue abandonado por muchos de sus colaboradores:

2 TIMOTEO 4:16-17 (RVR) “En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon… Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas…”

Este detalle es profundamente conmovedor. Nos recuerda que, tarde o temprano, los hombres nos pueden fallar. Amigos que prometieron estar hasta el final quizá no estarán cuando más los necesitemos. Pero Dios siempre permanece fiel. Su presencia nunca nos abandona.

Aquí Pablo nos da una lección crucial: no pongas tu fe en el hombre, ponla en Cristo. El hombre puede decepcionarnos, pero el Señor jamás nos dejará.

Aún sabiendo que sus horas estaban contadas, Pablo no se centró en sí mismo. En sus últimas líneas pide que se salude a Priscila, Aquila y a otros colaboradores en el Ministerio. Su corazón no estaba en el rencor ni en la queja, sino en la gratitud y el amor hacia aquellos que habían trabajado con él.

Esto nos habla de un hombre que puso siempre a otros por encima de sí mismo. Hasta el final, Pablo valoró la compañía, la ayuda y el sacrificio de quienes caminaron a su lado en el Ministerio.

Las cosas vienen y van, pero la fe y el llamado permanecen. Al final de nuestros días, lo único que importará será poder decir como Pablo:

2 TIMOTEO 4:7 (RVR) “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.”

Esa debe ser nuestra mayor aspiración: cumplir con lo que Dios nos llamó a hacer en esta tierra.

Este cierre de la Serie no es simplemente una despedida, sino una invitación a reflexionar:

  • ¿Estamos peleando la buena batalla?
  • ¿Estamos guardando la fe?
  • ¿Vivimos conscientes de que lo eterno es más valioso que lo temporal?

Ahora, estimados seguidores y miembros que han estado estudiando esta Serie conmigo, el Libro de los Hechos no termina realmente en el Capítulo 28; su historia sigue viva en la Iglesia hoy. El ejemplo de Pablo nos reta a vivir una vida entregada, apasionada y fiel hasta el final.

Que al igual que Pablo podamos llegar al final de nuestra carrera diciendo con convicción: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”. 

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